Música: Profeta lejos de su tierra

A pocos días de cumplirse los 20 años de su muerte, recordamos a Luca Prodan, el italiano quese destacó por haber modernizado la escena y el sonido del rock local. Quién fue el hombre que vivió a la manera de una bomba de tiempo
La mirada de un forastero suele tener una perspectiva interesante para cualquier comunidad. La afición argentina a incumplir las normas, incluso las más arraigadas en el sentido común, llamó la atención del italiano Luca Prodan, tal vez porque él mismo fue un transgresor: chocó contra la autoridad de sus padres en Italia, la del colegio de Escocia donde estudió, la del rock establecido y la de las diferentes sociedades en las que se involucró. Tal vez por eso llegó a cantarles hasta a quienes transponen las barreras bajas del ferrocarril en "Que me pisen", del disco Llegando los monos (1986): "Yo quiero cruzar con la barrera/ y que me pisen, que me pisen, que me pisen". En esa canción, para hablar sobre nosotros, los argentinos, de una manera contundente se sirve de tres elementos contundentes: la barrera, la bandera y la mamadera. La primera, para cruzarla (transgresión con peligro de muerte); la segunda, "planchadita" (la rigidez de las costumbres) y la restante, "calientita" (la leche tibia del confort).
Fueron sus ojos de extranjero los que reconocieron en la geografía del Abasto porteño, cuando aún no existían el centro de compras ni los establecimientos que florecieron a su influjo, un lugar que merecía ser retratado, como lo hizo en una de sus mejores creaciones, "Mañana en el Abasto". En esa canción con alma de tango psicodélico, Luca pudo entretejer en versos cortos una serie de historias mezcladas con un lugar desolado, antes de que ese lugar se transformara en otra cosa ya muy diferente. Solo un extranjero se atrevería a cantar estrofas tales como "no vayas a la escuela/ porque San Martín te espera", o a emitir un diagnóstico certero cuando le dice a una chica, imaginaria o no, "estás todo el día sola/ y mirás a mi campera".
Luca sabía que ser de otro lugar le proporcionaba una cierta protección, una buena máscara desde la cual decir cosas que la cercanía no deja ver o que el compromiso emocional prohíbe mencionar. "No te olvides de posar/ en la disco o en el bar/ para vos lo peor es resbalar", cantó en "Los viejos vinagres", tema donde, como en "La rubia tarada", denunciaba la frivolidad y el doble discurso de una generación a la cual pertenecía y criticaba, pero a la que no homogeneizaba porque sabía que también había "gente despierta", esa gente inseparable de la Argentina que él amaba.
Hay que recordar que Luca llegó al país en 1981, en pleno escape de su adicción a la heroína y tras combatir el mandato paterno que lo obligaba a educarse en Inglaterra. No había esperanzas para él, hasta que Timmy McKern, el gran amigo al que había conocido en Escocia, en el colegio Gordonstoun, le envió una foto desde la provincia de Córdoba, donde éste se había instalado con su familia. Esa fue la baraja que Luca decidió jugar cuando el telón de su propia vida se le venía encima. Y le salió bien. Allí, en las serranías cordobesas de Nono, pudo recobrar las fuerzas que había perdido en la sordidez de las calles romanas y entonces se atrevió a pensar en un futuro que ya daba por descartado. Después, su calidez, su carisma y su generosidad lo llevaron a trabar amistades decisivas para el futuro. Y por último, aplicaría lo aprendido en su educación inglesa, pero no aquello que venía del colegio, sino la cultura musical.
Por eso Luca era tan atrayente: su origen italiano y su inmersión en el rico rock británico de los años 70 lo habían convertido en un personaje único. Vivió los años del rock sinfónico, palpó de cerca la transformación -pulverización sería un término más exacto- a la que el punk lo sometió y alcanzó a ver los frutos de la mutación; grupos con inquietudes existenciales, como Joy Division y The Cure, y el reggae y el ska jamaiquinos le hicieron entrever que había un nuevo modo de hacer rock y que él podía hacerlo y compartirlo con otros.
Claro que cuando llegó a la Argentina descubrió que aquí no solo no había interlocutores válidos, sino que muy poca gente conocía esas músicas que a él tanto lo fascinaban. De manera que debió enseñarles a algunos amigos los diferentes retazos que él quería plasmar en una banda: el sonido etéreo de John Martyn, la sensibilidad de Nick Drake, la corrosión de Joy Division, la cadencia exacta del reggae , el lado oscuro de Lou Reed. Así comenzó una de las tareas más importantes que emprendió Luca Prodan: la de divulgador. Por eso, Sumo fue una banda tan fuera de lo común: por estar nutrida de un conjunto de elementos que el oyente argentino de rock desconocía.
De hecho, el reggae , un género tan transitado en el rock argentino actual, no habría florecido aquí de no ser por Sumo. Antes de su arribo había habido algunos intentos de tocarlo (Los Abuelos de la Nada), pero fue Luca quien se tomó el trabajo de explicarles a Alberto Troglio y a Diego Arnedo cómo se interpretaba correctamente. Tampoco es casual que las dos primeras bandas que reconocen a Sumo como influencia principal en su musicalidad, Los Fabulosos Cadillacs y Los Pericos, hayan tenido al reggae en primer plano. Ni que Sumo haya sido la primera banda del rock nacional en recibir un homenaje de sus pares, en el álbum doble Fuck you , pionero en el género tributo local.
La fugaz vida de Luca se caracterizó por el escape perpetuo. Primero buscó huir del colegio que le impusieron sus padres, el Gordonstoun de Elgin, Escocia, donde le propinó una sonora tunda al príncipe Carlos de Inglaterra. Como eso no alcanzó para la expulsión que procuraba, después se evadió y tuvo a la mismísima Interpol tras de sí (lo encontró su madre un día en una calle de Roma). No deja de ser curioso que se volviera a escapar a Inglaterra pero, al menos esa vez, por elección propia. Y resulta extraño que un fugitivo vocacional regresara tras unos años a Italia para verse intimado por su patria a prestar servicio militar, hecho que lo llevaría a la cárcel hasta ser "diagnosticado" como enfermo mental. Eso provocó una nueva fuga que culminaría en Inglaterra con una cárcel novedosa: la adicción a la heroína.
En esos momentos límite, Luca se imaginaba una salvación lejana, tal como lo fue esa foto de Timmy McKern en Córdoba. Cuando, años más tarde, volvió a sentir que su cuerda vital alcanzaba una tensión insostenible, buscó en la lejanía algo que pudiera rescatarlo. Y por eso llamó a su hermano Andrea, que se encontraba rodando una película en Roma. Andrea se preocupó, sacó un pasaje de inmediato y consiguió una foto autografiada de Virna Lisi, la actriz de la cual Luca se había enamorado platónicamente (foto que jamás alcanzó a entregarle). Pero Luca sabía desde hacía mucho que su tiempo se agotaba. Y comprendió, demasiado tarde, que había reemplazado la adicción a la heroína por el veneno del alcohol. "El alcohol es muy pesado; yo no sabía que era así. Ya no quiero más", señaló en Cantarock, en 1987, para rematar con algo lejano parecido a la esperanza. "Quiero internarme lejos... en Formosa. Nunca conocí a nadie que haya ido allá. Amo a Formosa: nunca estuve y quiero ir".
El resto se sabe. Luca nunca llegó a Formosa. De sus cenizas creció otro mito: que en realidad no lo mató el alcohol sino una dosis de heroína recibida por correo. Lo que no se sabe es cuánto le insistían sus compañeros en Sumo para que dejara de beber, algo que él rechazaba de la peor manera, acusándolos de otras ingestas a ellos. Luca siguió el periplo de Jim Morrison, el artista que más admiró, que también murió en el extranjero, en circunstancias parecidas y entre rumores similares. La diferencia entre ambos es que Morrison se alejó de The Doors con la excusa de renovar su inspiración. Luca no: cantó hasta que las fuerzas no le dieron más. Sus compañeros recuerdan que el último disco de Sumo, After Chabon , se registró con Luca muy deteriorado. El 21 de diciembre de 1987 se presentaron por última vez en un desolado festival en cancha de Los Andes. Venticuatro horas más tarde, Luca moría solo, en una habitación de una casa semiderruida en San Telmo. A su compañero, Roberto Pettinatto, le había confesado que escuchaba ruidos tétricos, que sentía que algo no estaba bien. Su intuición fue poderosa hasta el final.
Más allá de mitologías urbanas, lo que permanece de Luca es su indomable espíritu. Esa vida artística que generó aunque descuidara su cuerpo, esa voluntad de robarles el fuego a los dioses de la creación aun cuando la carne quedara chamuscada, la vocación por la transformación en un contexto adverso y en una lengua extranjera. Luca Prodan perdura en la música que creó con la indispensable ayuda de sus compañeros y no en la soledad de su muerte anunciada. Su tremendo vozarrón, cargado de eco y distorsión, aún suena como un grito capaz de despertar a los vivos.
Por Sergio Marchi
Para LA NACION

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