Literatura: La tradición del autor enmascarado

Para algunos, no fue más que una humorada o una operación de marketing. Para otros, una imposición de la época. Aquí un recorrido por la estirpe de escritores británicos que jugaron a ocultar la autoría de sus textos, entre ellos Jonathan Swift, Jane Austen y Lord Byron.
Por: John Mullan. THE GUARDIAN Y CLARIN
Muchos de los grandes libros de la literatura inglesa fueron publicados originalmente sin los nombres de sus autores. Los primeros lectores de Los viajes de Gulliver o de Sensatez y sentimientos, por ejemplo, tuvieron que adivinar quiénes podrían ser los autores. El anonimato no es necesariamente la ausencia de nombre literal. Con frecuencia es difícil distinguir entre un trabajo anónimo y un seudónimo. Robinson Crusoe fue publicado en 1719 sin el nombre de su autor, pero la portada rezaba "escrito por Sí Mismo", por lo que podría decirse que aparecía bajo el seudónimo Robinson Crusoe.

En los nueve tomos del Dictionary of the Anonymous and Pseudonymous Literature of Great Britain(1882), hay miles de páginas con obras en inglés que fueron publicadas por primera vez sin los nombres de sus autores. ¿Por qué era tan importante permanecer en el anonimato? En el caso de The Rape of the Lock, de Pope, y Don Juan, de Byron, el efecto buscado fue provocar curiosidad y disparar conjeturas. El anonimato a veces se consiguió de manera elaborada. Jonathan Swift transcribió con la letra de otro hombre una parte de Los viajes de Gulliver y la dejó en secreto en la casa del editor Benjamin Motte. El manuscrito iba acompañado de una carta de un tal Richard Sympson, supuesto primo de Gulliver, y ofrecía el resto de los Viajes a cambio de 200 libras. Motte aceptó la oferta misteriosa y unas noches después recibió el resto del libro.

El anonimato, astutamente explotado, se convierte en un juego con los lectores. Una de las obras más vendidas de comienzos del XIX fueron las llamadas Novelas Waverley. Su autor fue denominado "el Gran Desconocido" y hubo una especulación febril acerca de su identidad. Era, por supuesto, Walter Scott, y ahora conocemos hasta dónde llegó para preservar su incógnito. "Su nombre surgió más grande a través de la niebla en la cual creyó adecuado envolverlo", aseguró su yerno, John Gibson Lockhart, que decía que cinco años después de la publicación de Waverley, la esposa de Scott era el único familiar que sabía que él era el autor. Scott ilustra la paradoja del escritor anónimo que no intenta verdaderamente seguir como un desconocido. El incluso escribió una crítica (anónima, naturalmente) de una de sus novelas, Old Mortality, donde especulaba sobre el misterio de su autoría. Anthony Burgess probó el mismo truco en 1963, con una crítica en el Yorkshire Post de Inside Mr. Enderby, la novela que publicó como Joseph Kell, pero lo despidieron del diario.

Claro que también hubo autores que realmente deseaban permanecer ocultos. Charles Dodgson, autor de los libros publicados bajo el nombre de Lewis Carroll, se esforzó desesperadamentedos por preservar su incógnito. En una circular de 1890 declaró que "el Sr. Dodgson ni reivindica ni reconoce ninguna conexión con ningún seudónimo o con ningún libro que no sea publicado con su nombre". La correspondencia que le llegaba dirigida a Lewis Carroll era devuelta sin respuesta junto a esa nota.

Tradicionalmente, el deseo de evitar la identificación pública como autor estuvo asociado a mujeres escritoras, al menos hasta el siglo XIX. Tras la publicación anónima de su primera novela, Sensatez y sentimientos, Jane Austen visitó una biblioteca con su hermana Cassandra, quien sabía de su autoría, y su sobrina Anna, que no lo sabía. Anna encontró un ejemplar de la novela, lo dejó de lado con desprecio y exclamó, para sorpresa de sus tías: "Ah, eso deber ser basura, estoy segura desde el título".

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