Literatura: Ménage-à-trois

La mesa estaba servida pero faltaba la decisión de los comensales. Desde que Borges inventó a Pierre Menard como el primer plagiador del Quijote, la novela que buscara indagar en el enigma de este personaje vuelto real en la literatura era una tentación. Y no fue un argentino sino un francés, el hispanista Michel Lafon, el encargado de aceptar el desafío. El resultado es Una vida de Pierre Menard, la vuelta que faltaba dar al cuento de Borges.


Por Juan Pablo Bertazza






Hay escritores que eligen sus obras pero también hay obras que eligen a sus escritores. Tal como dice Ricardo Piglia desde la contratapa de Una vida de Pierre Menard, “sólo un francés que conoce como nadie la cultura argentina podía atreverse a escribir este libro que todos nosotros soñamos escribir alguna vez”. Y ese francés es Michel Lafon, un hombre que aprendió español a los diez años y que, además de escritor, es un catedrático de literatura argentina en la Universidad Stendhal de Grenoble que le dedicó varias reflexiones a la literatura argentina, tanto en su libro Borges ou la réécriture, como en algunos capítulos de su magnífico Escribir en colaboración (acerca de ese tabú que constituye la literatura escrita a cuatro manos), en colaboración con Benoît Peeters.
De Pierre Menard, por su parte, se dijeron muchas cosas: que Borges había sacado su nombre de un ignoto escritor francés del siglo XVIII, que el personaje estaba basado en el excéntrico Macedonio Fernández o que, incluso, se trataba de una especie de caricatura de sí mismo. Citado hasta el hartazgo, la náusea y el vómito juntos cada vez que se descubren plagios o citas sospechosas de haber sido tomadas sin permiso, el relato “Pierre Menard, autor del Quijote” parecía estar esperando una especie de mesías literario para poder ser pensado y reformulado literariamente, algo que el propio Borges puso en práctica con Ficciones luego de los ensayos de Discusión e Historia de la eternidad. Michel Lafon –editor del flamante Unos días en el Brasil, el diario de viaje de Adolfo Bioy Casares– es, en cierta forma, el mesías de la novela que esperaba el relato de Borges, la otra cara del espejo de Pierre Menard, el escritor más indicado para hacerla realidad: “Leí ‘Pierre Menard, autor del Quijote’ a los 17 años, sin saber quién era Borges, y sentí enseguida que me pasaba algo importante, me hice borgista antes de hacerme hispanista, y finalmente argentinista. Con el añadido de que el cuento ocurría, en parte, en Nîmes, es decir, muy cerca de mi ciudad natal, Montpellier, y que encontraba en este texto un humor, una mediocridad provinciana y una clarividencia poética que me encantaban y fascinaban”, según explica Lafon a Radar.

Una vida de Pierre Menard (ganadora del prestigioso premio Valéry Larbaud), el libro que eligió a su autor, es además su primera novela. Fragmentario, extraño y adictivo, este libro se compone de una serie de encuentros personales y epistolares entre Menard y un alter ego del autor llamado Maurice Legrand, más varios apéndices que van desde un supuesto texto inédito del supuesto Menard escapado de su escueta bibliografía hasta una impagable descripción que Lafon pone en boca de Borges sobre el día en que conoció a uno de sus personajes más famosos. El Pierre Menard de Lafon es un hombre melómano y neurótico cuya pasión por la literatura le impide ejercerla: traductor, agente literario honorario, escritor siempre interruptus (casi nunca termina de escribir lo que empieza y cuando lo hace, decide no publicarlo), este hombre que, como no podía ser de otra forma, no tiene descendencia ni gravedad visible en el mundo literario, resulta sin embargo íntimo amigo y hasta fuente de inspiración de Gide, Valéry, Miguel de Unamuno y el mismo Borges a quien, según esta novela, conoce en el año 1919, en pleno fanatismo ultraísta.
Una de las características que más llama la atención de este libro es la distancia que, paradójicamente, toma de la lectura caliente del relato de Borges: “Leí el cuento centenares de veces. Es una obra mayor y aparentemente breve, lo que permite una relectura infinita, y le da, como a todas las ficciones de Borges, la dimensión de una enorme novela, de una historia interminable. Sin embargo, decidí no trabajar a partir del texto de Borges. No lo releí durante aquel período, no quise armar un vaivén que hubiera sido gratuito, estéril y, digamos, demasiado universitario, entre cuento y novela. Quiero decir, todos los momentos de la novela que parecen anunciar, prolongar, confirmar, aclarar, contradecir un momento del cuento nacieron por casualidad, al correr de la pluma y en función del humor del día, de lo que me ocurría, sin que yo tuviera nunca un proyecto consciente de ilustración o continuación. Esta actitud fue la clave de mi escritura”, confirma Lafon.
En ese sentido, el trabajo de invención que propone este libro es admirable, especialmente en lo que hace a la aproximación psicológica y sutil en torno de la personalidad de una figura literaria a la que conocemos por los tres capítulos calcados –pero superiores al original– de Quijote. El Menard de Lafon es, entonces, una especie de escritor fracasado que, paradójicamente, cuenta con una carga vital y trágica de literatura en su propio ser: como traductor impuso la corriente de la menardización (tal como bautizó a su método un eximio profesor de la Sorbona). Defensor a ultranza de una absoluta fidelidad al original, pretende que sus traducciones “dejen ver en su transparencia los orígenes, que el texto primero aflore por partes, si no en su totalidad, bajo el texto segundo”. Otro de los rasgos de conducta exquisitos que se le atribuyen a Menard en esta novela es una novedosa y traumática angustia por los contemporáneos: “La visión de un libro de otro autor se me hace insoportable. No puedo ver sin náuseas esas acumulaciones de obras que ocultan las mías –las que yo habría podido escribir, las que no he escrito todavía, las que no escribiré nunca–”.
Una vida de Pierre Menard sorprende porque nos dice todo acerca de Menard –incluso nos habla de su pertenencia a una logia masónica– sin regodearse en el momento en que, finalmente, se larga a escribir el Quijote (la escena que hubiera motivado a tantos a escritores a escribir este libro). Pero, a la vez, se trata de un alegato inteligente y poético acerca de la trascendencia ilimitada y divina de la literatura (en una de sus desafortunadas obras, Menard descubre que las aporías de Zenón no son más que reescritura de ciertos versos homéricos). Y, como si eso fuera poco, constituye además una vía novedosa para ingresar otra vez al mundo inagotable pero a veces agotador de Borges; una propuesta mucho más inteligente y reveladora que esos libros de entrevistas de todo tipo y tamaño que, desde un tiempo a esta parte, atiborran los estantes de las librerías.



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