Música: LUCIANO SUPERVIELLE PRESENTA SU DISCO RÊVERIE



Parecen pupilas de extraño mirar

Uruguayo con vista a París y parisino con vista a Uruguay, cerebro detrás del sonido del mejor Jorge Drexler, talento indiscutido del sonido global, Luciano Supervielle es la apuesta sonora del Bajofondo de Santaolalla: un músico capaz de hacer convivir a Felisberto Hernández, Charly García y Enzo Francescoli en un disco lleno de citas y homenajes envueltos en un sonido propio que fluye entre el Sena y el Río de la Plata.


Por Mariano del Mazo




Hubo algo que se llamó tango electrónico y que, finalmente, como los revisionistas, los evocadores y los recreadores, no hizo otra cosa que abrevar en el pasado. Samples de Piazzolla, Pugliese, Gardel o Goyeneche eran procesados a través de la electrónica y “puestos al día” para regocijo de turistas y esnobs. Así, un género duro dejaba limar sus filos y hasta se podía bailar en la disco. La operación también ocurrió con el flamenco, el jazz y toda música de raíz folclórica. En ese lodo, todos manoseados, confluyeron chantas y visionarios: entre los segundos, Gustavo Santaolalla fue el que mejor la vio y echó a rodar el combo llamado en principio Bajofondo Tango Club. Hoy queda claro que más que una banda fue un concepto. Al comienzo más electrónico, actualmente casi una variante del rock (de hecho se le extirpó el “Tango Club”) que anda girando por el mundo como un grupo de sangre rioplatense y proyección estética cosmopolita. Bajofondo a secas toca en vivo, presenta discos de artistas modelados en sus entrañas y advirtió que el tango electrónico no existe más, excepto que se considere bajo ese rótulo lo que se escucha en las disquerías de peatonales como Florida y Lavalle: un bombo dance decadente, un fraseo de bandoneón procesado, alguna voz loopeada más o menos singular como la de Gardel o la de Tita Merello, y ya. Ahora, sedimentada la novedad, parece ser la hora de una música contemporánea urbana estilizada que busca identidad en lo global. Ahora Bajofondo presenta Rêverie, de Luciano Supervielle.
¿Pero quién es Supervielle? Además del cerebro sonoro de los mejores discos de Jorge Drexler, un geniecillo nerd de la música global. Algunos datos biográficos ayudan a explicar su música. Nació en 1977 en Francia, hijo de un padre uruguayo de origen francés y de una madre francesa de origen italiano; a los 4 años estaba en un jardín de infantes de México D. F.; a partir de los 8, Montevideo; entre los 20 y los 24, otra vez París. “Ahora anclé en Uruguay, ya está”, dice. Esa trashumancia forjó un carácter tímido y convocó un cruce de influencias musicales que se pueden advertir, todas juntas, en ese discazo que es finalmente Rêverie. A los 34 años, y siendo su segundo CD solista, se puede arriesgar que es un disco-volantazo: parece marcar un destino cancionístico y aspira abrirse paso a los codazos en un país donde todo el mundo juega al fútbol y hace canciones. Si en su disco debut tenía un tema titulado “Mateo y Cabrera” como para marcar el territorio de su prosapia, en Rêverie le da pista a una grabación de Eduardo Darnauchans (“Canción de muchacho”). “Yo no sé hacer canciones y no soy cantante. Pero estoy aprendiendo. Para mí fueron muy importantes los años que trabajé con Jorge Drexler; él me acercó a la idea de la canción. A mí en realidad siempre me interesó la música instrumental.”
Se nota: Rêverie es mitad instrumental, mitad canción. Y una diáspora inusitada de homenajes, citas y covers. Empieza con “Zizou” en honor a Zidane y hacia el track 6 se despacha con “El príncipe”, un guiño al Zidane uruguayo, “Enzo Francescoli”; revela su adoración por el Charly García de los ‘80 con una versión en francés de “No soy un extraño”; recuerda al grupo brasileño Legiao Urbana con esa canción enorme de Renata Russo que es “Indios” y al uruguayo Los estómagos con esa otra canción enorme, un manifiesto adolescente punk, que es “Gritar”; cierra el álbum delicadamente con un solo piano dedicado al escritor –y concertista más o menos oculto– Felisberto Hernández, tal vez el más grande narrador oriental junto a Juan Carlos Onetti.
“Empecé a redescubrir autores como Serge Gainsbourg, Eduardo Mateo, Charly García, Darnauchans. En fin, me gusta Biolay... tengo un link francés. De hecho, me interesan cosas instrumentales francesas como Air y Daft Punk. Me siento uruguayo, pero mi acercamiento a la música francesa es interesante porque es el de una persona que no vive en Francia. Me pasa lo mismo con la Argentina. Me encanta Charly, pero me doy cuenta de que me gusta de un modo diferente a cómo se lo vive a Charly en Buenos Aires. Yo crecí escuchándolo, y hay discos que me sé de memoria: Clics modernos, Piano Bar, Pubis angelical, Filosofía barata y zapatos de goma. Yo escucho a ese García y me lleva a Air: no porque suenen parecido, sino porque se nota que en algún momento escucharon los mismos discos.
¿Cuál es tu identidad?
–Es difícil. Con Bajofondo buscamos una identidad referenciando a un lugar que es el Río de la Plata. No sé, me interesa, más que la identidad, el sonido. A mí me resulta indispensable tener un sonido propio. Ha sido muy traumático para mí ser algo así como un hombre de ningún lugar. Es importante saber cuál es tu casa. El disco refleja mi vida, tal vez sin buscarlo. Mi primer disco es más piazzollero, este lo siento más mío.
Supervielle concede que siempre fue una “rata de laboratorio”. “No tengo vocación de escena, pero bueno, me voy acostumbrando. Me estoy sintiendo más cómodo”. En el ND Ateneo, el fin de semana pasado, se lo ve agazapado detrás del piano, asumiendo el rol de frontman a su pesar. El show es contundente y tiene eje en el repertorio de Rêverie. Lo rodean, bien, Martín Ferrés en bandoneón (un fueye rítmico, extemporáneo, percusivo más que nada), el notable violín de Javier Casalla, el bajo de Gabriel Casacuberta y la guitarra de Franny Glass. Franny Glass es el nombre artístico de Gonzalo Deniz: se trata de uno de los más interesantes trovadores de la nueva escena montevideana. Glass compuso la letra de “Adónde van los pájaros” y además la canta: es la mejor canción del disco, la poética descripción de la negación de una ruptura amorosa: “Son sólo gotas de lluvia, no es un adiós... Por favor no hablemos del clima o del tránsito”. “Franny es un artista muy serio... Y como yo conozco mis limitaciones hago lo que puedo y lo que no, pido ayuda. Estoy componiendo con gente que potencia mis posibilidades.”
La tapa del disco es parte de una serie de fotos en blanco y negro del músico en un bar frente a un pocillo de café. La imagen no puede ser más montevideana: está más cercana al estereotipo uruguayo que a lo que propone hoy Supervielle. “Me pareció apropiada... Rêverie en francés quiere decir ensoñación, y hay algo poético que sobrevuela el disco. Me gusta mucho esas fotos, el bar, el viejo que mira... Montevideo es una ciudad ensoñada.”
Lector de Felisberto, Supervielle narra musicalmente esa ciudad ensoñada desde un lugar que se mueve, que quedaría en un punto difuso entre el Sena y el Río de la Plata, lejos de las tradiciones. Hay una identidad, pero aparece borrosa, como un espejismo. Y así como Hernández creó su universo literario dentro de lo fantástico, Supervielle inventó su propia Montevideo que, en este caso, es lo mismo que decir que sacó un disco extraordinario.







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