Cultura: El Borges de la esquina rosada
Jorge Luis Borges. Un intelectual en el laberinto semicolonial, Norberto Galasso, Colihue, 301 páginas
El Borges vanguardista, tierno y criollo de los años ’20, vuelve envuelto en polémica pero también con respeto y poder de evocación, en el ensayo que le dedicó Norberto Galasso. Un interesante desmontaje de los ocultamientos y cambios que en muchas ocasiones Borges les impuso a sus propios textos.
Por Claudio Zeiger
Un Borges criollo, joven, nacional y hasta, si se estira un poco la cosa, popular. Un Borges de tema argentino, de tardes, cuchillos y tapiales. Sencillo. Y otro Borges de pronto europeizado ferozmente, que borra con el codo lo que escribió con la mano. Más clásico, artesano del cuidadoso artificio. Un Borges universal. Canónico.
La idea de que hay dos Borges no es nueva y fue probablemente el propio Borges quien más supo explotarla a lo largo de su carrera. Así y todo, el libro de Norberto Galasso tiene varios méritos evidentes: por empezar, sigue la indagación desde el comienzo al fin a lo largo de las décadas, sin desmayar y sin caer en la lectura prejuiciosa de las declaraciones públicas más tremendistas de Borges sobre el peronismo y la dictadura. Por otro lado, es quizás el primer libro importante sobre Borges, casi podría decirse una biografía de artista, que toma en cuenta todo el corpus posterior a la muerte del escritor, es decir, todo lo que se dio a conocer desde los años ’90 del propio autor y también los trabajos de Horacio Salas, María Esther Vázquez, Alejandro Vaccaro, entre otros y, desde ya, el Borges (2006) de Bioy, el auténtico “aleph engordado”. Todos estos libros sirven de referencia y diálogo al trabajo de seguimiento de Galasso, que, dicho sea de paso, contiene varios hallazgos o redescubrimientos notables, como el de las obras de Ramón Doll o Brandán Caraffa; el primero, el más temprano crítico del giro borgeano; el segundo, un amigazo a quien Borges negó cuando se hizo peronista (pero que siguió yendo a visitar a la madre, doña Leonor).
Entonces, la indagación de Galasso se va a mover en cierta periferia de la obra borgeana: todo lo que sucedió antes de convertirse en el cuentista de Historia universal de la infamia, Ficciones y El aleph (salvo el cuento “Hombre de la esquina rosada”), y sobre todo buscará las explicaciones del cambio, que asociará a la “superestructura cultural” de un “país semicolonial”, y que en el caso concreto de Borges ligará al contacto con Victoria Ocampo (Borges será una de las líneas destacadas de los primeros años de Sur, en la década del treinta) y la amistad con Adolfo Bioy Casares, a quien el propio Borges atribuirá haberlo convertido en un escritor más clásico a pesar de ser el menor.
Galasso se sumerge en el Borges que expurgó los primeros libros de poesía (Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente, Cuaderno San Martín) y que eliminó de las obras completas los ensayos de Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza y El idioma de los argentinos. Estos libros precisamente fueron publicados en los años ’90 tras las negociaciones de Kodama con Seix Barral. Y también figuran todas en las obras completas publicadas en francés. Borges operó sobre su obra en castellano.
“En la actualidad, recurriendo a Emecé, Sudamericana y Seix Barral, es posible enterarse de que Borges, en sus años juveniles, se había expresado a través de una literatura distinta a la que cultivó luego el Borges maduro y también comprobar que el Borges que gusta a los lectores es el de aquellos años”, considera Galasso en el prólogo. Este Borges posterior continuó publicando –y también opinando políticamente– y mientras aumentaba su valoración en los sectores medios de Buenos Aires, tan adictos a las traducciones y a los best-sellers extranjeros, se ahondó un cierto rencor por parte de la militancia del campo nacional por su desdén hacia nuestras luchas y hacia los trabajadores en general”.
El viaje que propone Galasso arranca en la fascinante década del veinte, donde se forjaron las líneas maestras del pensamiento y la literatura nacionales. Borges no fue para nada ajeno a todo ese movimiento. Lo impulsó, lo protagonizó; hoy se diría: intervino. Sus permanentes operaciones empezaron muy temprano, con su adhesión al criollismo y su infatigable lectura de otros escritores, en especial de los poetas. Es muy recomendable complementar la lectura del Borges de Galasso con los volúmenes de textos recobrados, en especial el primero, que abarca de 1919 a 1929. Casi todo lo que se discute aquí está ilustrado y sustentado en esos textos muchas veces manipulados en vida por el propio autor.
Quizá lo que se puede señalar es que Galasso no llega a evaluar totalmente que ese Borges de “tema argentino” albergaba un núcleo conservador muy fuerte (de hecho, concilió anarquismo y conservadurismo), con lo cual no sería tan extraño el giro de los años posteriores. Son hipótesis. Algo similar podría decirse que sucedió con Manuel Gálvez, salvando las distancias. Es muy alentador por cierto que Borges siga dando que hablar y que todavía haya ganas de discutirlo. La posibilidad de una “recuperación” nacional le habría puesto los pelos de punta al viejo Borges, pero no es una conjetura descabellada.
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