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dadamax
"El agente topo", de Maite Alberdi
El documental chileno multipremiado que va camino al Oscar se puede ver en Netflix
Al principio no es fácil distinguir si estamos ante ficción o documental: en una oficina de un investigador privado se negocia el ingreso a un hogar de ancianos de un hombre que fingirá ser un interno, para averiguar si la madre de la una "clienta" recibe los cuidados adecuados. Pero pronto, con la contratación de Sergio Chamy, un señor de 83 años extremadamente encantador e inteligente, El agente topo, la película de la chilena Maite Alberdi, deja atrás el juego con el espionaje y se convierte en un documental de observación de los residentes, la mayoría mujeres, sus vidas, sus dramas, sus pequeñas alegrías, la sociedad que acompaña o abandona, las soledades. El agente topo ganó premios en cuanto festival se presentó, va camino al Oscar y se puede ver en Netflix. Y merece todos los reconocimientos conseguidos.
Por Diego Brodersen
¿Qué quiso hacer exactamente en su última película la documentalista chilena Maite Alberdi, directora de largometrajes como La Once y Los niños?
¿Montar un pequeño procedimiento de ficción sobre un registro de lo
real? ¿Describir las luces y sombras de la vida en una institución de
retiro para personas de edad avanzada? ¿Darles un lugar preponderante a
los ancianos y ancianas en un terreno artístico, el cine, que no suele
dedicarles demasiado tiempo o espacio? ¿Hacer reflexionar al espectador,
conmoverlo, provocar sus risas y llantos? Tal vez el deseo de El agente topo
sea cubrir todos esos flancos e incluso algunos más. Lo cierto es que, a
partir del estreno mundial en el Festival de Sundance, en aquel lejano
mes de enero de 2020 aún libre de covid-19, la película de Alberdi ha
recorrido festivales como los de San Sebastián, Karlovy Vary y Busan
–por nombrar apenas un puñado–, se ha estrenado de forma virtual y con
éxito en Chile y fue adquirida por la poderosa plataforma Netflix, donde
desde ayer está disponible en todo el mundo. No sólo eso: además de
recibir una nominación en los premios Goya como Mejor Película
Iberoamericana, acaba de quedar en la “lista corta” de contendientes
para participar no en una sino en dos secciones de los Oscar: Mejor
Película de Habla no Inglesa y Mejor Largometraje Documental. Nada mal
para un documental de bajo perfil; esto es, sin presupuestos holgados,
grandes productoras en bambalinas o una temática urgente, de las que los
miembros de la Academia de Hollywood suelen favorecer. Pero, ¿cuánto de
real y cuánto de fabulación hay en esta historia de un caballero de más
de ochenta años que, cual espía profesional, se instala en un
geriátrico de la comuna de El Monte para investigar las condiciones de
vida de sus habitantes? ¿Cómo fue el rodaje dentro de esas paredes,
donde la fragilidad de los cuerpos y las mentes convive con los
recuerdos, los deseos, los encuentros con familiares –o la falta de
ellos– y la inevitable sensación de final del recorrido? Una pista: la
directora no se ha cansado de repetir, en cuanta entrevista ha dado a lo
largo del último año, que todo lo que se ve y se oye en la película es
estrictamente real.
No es la primera vez que Maite Alberdi se acerca los integrantes de la así llamada tercera edad. La Once,
que tuvo su paso por el Bafici en el año 2015, registraba las
conversaciones de unas amigas que se conocen desde los años del
bachillerato y que, muchas décadas después, continúan encontrándose una
vez por mes, tazas de té de porcelana mediante. El cortometraje
documental Yo no soy de aquí (2016), por otro lado, narraba la
historia de una mujer de casi noventa años que, víctima del olvido
recurrente –como si se tratara de un Día de la Marmota real– despierta
todos los días pensando que acaba de llegar del País Vasco, y sólo con
el correr de las horas cae en la cuenta de que vive en Chile desde hace
casi siete décadas. “Me gusta la idea del infiltrado, la figura de la
persona que tiene que vivir otra vida por un tiempo para investigar, y
el proyecto parte desde ahí, de la idea de ver qué tiene que hacer
alguien para infiltrarse”, declaró Alberdi en una entrevista con Culturizarte,
medio cultural de su país. Cuenta también allí que la estrategia de
preproducción fue doble. Por un lado, conversó con muchos detectives
privados –en su mayoría exmiembros de la Policía de Investigaciones de
Chile– hasta dar con Rómulo, quien no sólo dejó que lo entrevistaran
sino que permitió que la realizadora lo acompañara durante las
investigaciones, en su mayoría casos de infidelidad o ligados a
conflictos económicos y fraudes. Pero una clienta apareció de golpe con
un motivo atípico: investigar si la vida de su madre en la residencia
para ancianos donde estaba recluida era apropiada, sana, correcta. Es
decir, si recibía todos los medicamentos, su ropa era cambiada
diariamente, el cuidado y la atención eran amables y rigurosos, sus
pertenencias estaban a resguardo y lejos de hurtos. Cuando uno de los
colaboradores de Rómulo, un hombre de cierta edad, tuvo un problema de
salud, surgió la necesidad de poner un aviso para reemplazarlo y es
entonces cuando aparece Sergio Chamy, el protagonista. El agente topo.
La segunda estrategia fue menos azarosa y, en cierta medida,
consecuencia de la primera: el hecho de haberle dedicado dos películas
previas a sujetos documentales de edad avanzada le permitió al equipo de
producción acceder fácilmente a la residencia donde tendría lugar la
investigación.
Sergio Chamy es ingresado al hogar de ancianos San Francisco por su
propia hija, sabedora de su rol y de la misión secreta. Antes de eso, el
agente tuvo que adquirir nuevos conocimientos, como el correcto uso del
teléfono celular: hacer videollamadas, enviar mensajes y archivos
adjuntos, sacar fotos y grabar videos. Además de ese aparato, dos
gadgets que parece salidos de una película de espías de Hollywood: unos
anteojos con microcámara de video incorporada y la lapicera que permite
tomar fotografías. La banda de sonido de Vincent van Warmerdam, que
recuerda a los acordes inmortales de la saga cinematográfica de James
Bond, no hacen más que acentuar esa filiación con la ficción y la
mitología de los espías. Mientras Sergio se adapta al ritmo de la nueva
vida e intenta acercarse al “blanco” sin levantar sospechas, el equipo
de rodaje de Alberdi comienza a registrar la cotidianeidad del lugar,
como si se tratara de un documental convencional. La mirada lo es todo
en la primera parte de El agente topo, pero eso es antes de que
el “caso” comience a pasar a un segundo plano. La realizadora recuerda
que “en el montaje, para mí la clienta era un personaje súper importante
y la filmé mucho. Pero después me di cuenta de que la tenía que sacar
porque la película no era eso; ya no nos importaba el caso, me importaba
mucho más lo que le estaba pasando a Sergio. Eso fue un descubrimiento
en la película, en el proceso, que no me esperaba”. En cuanto al doble
rodaje, el más tradicional y el sigiloso, Alberdi destaca que “lo que no
se podía notar eran las cámaras ocultas de Sergio y que él era
detective. Entonces, no le podían descubrir el lápiz, los anteojos. Mi
registro era algo que ellos veían todo el tiempo: era alguien más en ese
lugar y se acostumbraron a mi presencia. Me sentía como pez en el agua,
es algo que sé hacer y con el equipo llevamos diez años filmando
juntos. Sabemos cómo filmar y hemos grabado varias veces en hogares de
ancianos. Ellos ya estaban bastante acostumbrados a nosotros y a la
cámara, entonces, cuando Sergio entra, lo hace como uno más”.
Al comienzo todo es un poco absurdo. Pero, como afirmó Maite Alberdi en
una video entrevista concedida al Festival de San Sebastián, donde la
película obtuvo el Premio del Público a la Mejor Película Europea (se
trata de una coproducción de Chile con Alemania, España y Holanda), “la
realidad es absurda, graciosa, ridícula, inverosímil. La gente me
pregunta todo el tiempo si es todo verdad, porque es muy insólito. Como
suele decirse, la realidad supera a la ficción y El agente topo
parte de ahí. De allí, de ese punto de partida, nos vamos a una temática
más profunda y emotiva, que creo que no engancharía tanto si
partiéramos de cierta crudeza”. El detective tarda algunos días en dar
con el blanco, Sonia, una mujer delicada, de escasas palabras y poco
afecta a entablar conversaciones. Pero, al mismo tiempo, descubre que
hay otras personas –en general mujeres, que son mayoría en el
establecimiento– dispuestas a charlar hasta por los codos, ya sea para
compartir trivialidades y recuerdos agradables o dolorosos, pero siempre
profundos. Y así, El agente topo comienza a presentar a una
galería de personajes (reales, desde luego), cada uno de ellos con una
historia personal diferente. Como sus presentes, más allá de compartir
techo y comida. Está Bertita, la anciana lúcida y coqueta que, sin
demasiados preámbulos ni rodeos, le pregunta a Sergio si le gustaría
compartir con ella el resto de su vida. (“Me quiere, me adora, no me
quiere”, recita la mujer mientras deshoja una margarita, como si hubiera
regresado de pronto a la adolescencia). También está Petronila, la
señora que recita poesías y que, a pesar de los años y las mañas, posee
una memoria prodigiosa. Y una tercera mujer, quien todo el tiempo ansía
salir a la calle e incluso les pide a los transeúntes que le abran la
puerta. Es uno de los personajes más complejos del film, alguien con
problemas de ubicación temporal que se la pasa “conversando” con su mamá
–eso incluye llamados telefónicos– y que, en cierto momento de la
historia, se revela como una pequeña cleptómana, uno de los casos que
Sergio resuelve en la residencia sin que nadie se lo pida ni pague por
los servicios.
Para la realizadora, la diferencia esencial entre su película previa La Once –protagonizada por un grupo de mujeres activas y en la misma situación económica– y El agente topo
es que en esta última “todos los personajes tienen la misma edad, pero
están en situaciones completamente distintas. Sergio tiene ochenta y
tres años y es hiperactivo; quiere encontrar un trabajo y hasta ahora
está muy integrado. Berta igual, se quiere enamorar y casar. Otra
persona con alzhéimer, a la misma edad, lo único que quiere es escaparse
e irse a ver a la mamá. Otra echa de menos a los hijos. Y hay otras a
quienes el cuerpo no las acompaña. Siento que El agente topo hace ver
que hay muchas formas de ser a esa edad, que es muy difícil catalogar y
encasillar y tener un discurso que le calce a todo el mundo. Creo que lo
que sí les calza a todos es lo que dice Sergio: que se sienten solos”.
Cuando la película ha abandonado en gran medida el punto de partida –esa
investigación sobre las condiciones en el lugar–, comienza a aflorar un
sentido comunitario en el cual el encuentro de soledades permite la
posibilidad de compañerismos y amistades. E incluso de amores. Sin
golpes bajos, Maite Alberdi registra ataques de angustia, confesiones
dolorosas e incluso la despedida final de una de las habitantes de San
Francisco. Por cada uno de esos momentos hay otros más amables: un
cumpleaños sorpresa, una fiesta aniversario, un abrazo inesperado. A esa
altura, El agente topo ha dejado de ser una particular
apropiación de las historias de espías y detectives en plan documental
para transformarse en un retrato de seres humanos que han vivido muchos
años y todavía quieren seguir haciéndolo. De la mejor manera posible.
Trailer oficial: https://www.youtube.com/watch?v=a5gHV3dQsuA&feature=emb_logo
https://www.pagina12.com.ar/324337-el-agente-topo-de-maite-alberdi
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