Entrevista con la performer Regina José Galindo
La artista guatemalteca se suma a la exposición "La historia como rumor" del Malba
Desde el comienzo de su carrera, la artista performer Regina José Galindo le puso el cuerpo a los profundos problemas de Guatemala, su país natal, donde vive. El racismo, la dictadura de Efraín Ríos Montt, la violencia contra las mujeres, la desigualdad en un país injusto, todo pasó por sus perfomances: desde hacerse una himenoplastia clandestina hasta caminar por el centro de la ciudad dejando huellas de sangre, hasta darse latigazos (uno por cada femicidio) o leer en voz alta los testimonios de crímenes atroces con la boca anestesiada. Resulta imposible enumerar los trabajos de Galindo, inquieta e hiperprolífica, exitosa y discreta. En esta entrevista, la artista habla de su intensa carrera y presenta El gran retorno (2019), la sexta exposición del programa virtual La historia como rumor que presenta el Malba —cuya colección ya incluye Hilo de tiempo, un video de la artista—. En El gran retorno, vestidos de negro, 40 músicos profesionales, junto con Galindo marcharon hacia atrás en el centro de la capital de Guatemala mientras interpretaban marchas militares, para desandar un camino signado por la dictadura, el genocidio y el retroceso socio- político.
Híper prolífica, contundente, inolvidable, Regina José Galindo (Guatemala, 1974), artista visual y poeta, tiene la singular capacidad de ponerse en la piel de otros. No es sólo empatía: es arte en carne viva. En sus performances su cuerpo deviene campo de batalla, de reivindicación y liberación. Aborda la discriminación racial y de género, el racismo, la violencia hacia la mujer y los femicidios, problemas especialmente graves en Guatemala.
Después del juicio por genocidio al dictador Efraín Ríos Montt, donde, cuenta Galindo a Radar vía Zoom desde su país natal, “las mujeres que denunciaron crímenes atroces tuvieron que repetir incontables veces sus testimonios porque el sistema judicial corrupto trató de impedir el proceso”, la artista hizo una performance alusiva. Mientras leía testimonios de crímenes espeluznantes, un dentista ingresaba a la sala a cada rato y le anestesiaba la boca: llegó a aplicarle 21 dosis de anestesia. “En medio de las lágrimas y el dolor, ellas no perdieron la fuerza y repitieron sus historias desgarradoras una y mil veces —señala—. Y eso es lo que yo quise hacer: al final no se me entendía nada, pero no dejé de hablar”.
Se inyectó Valium, permaneció sedada frente al público, encerrada, incomunicada, en un cepo, engrillada, con camisa de fuerza, le aplicaron descargas eléctricas con dispositivos policiales para detener sospechosos. Y aunque se ha sometido a situaciones que implican desafíos físicos y psicológicos arduos, a Galindo no le interesa indagar en los límites corporales. Lo suyo tiene un interés formal ligado a la narración, enraizada en el contexto histórico y social de cada sitio.
Galindo, una de las más destacadas artistas latinoamericanas de la performance, desata una propuesta poética en la que denuncia asesinatos, violaciones, torturas y femicidios. Con proyectos que incluyen investigación y performance, alude a problemas sociales en su país, Guatemala, uno de los más desiguales de América con una guerra civil (1960-1996) con 200 mil muertos, la mayoría mayas. Se trató de un genocidio en el que sufrieron torturas sistemáticas que integraban un plan organizado desde el ejército para acabar con su etnia y apoderarse de sus tierras, afirma el informe Guatemala: memoria del silencio, elaborado en 1999 por la Comisión para el Establecimiento Histórico (CEH) y apoyado por la ONU.
El gran retorno (2019) es la sexta exposición del programa virtual La historia como rumor que presenta el Malba —cuya colección ya incluye Hilo de tiempo, un video de la artista—. En El gran retorno, vestidos de negro impoluto, una banda de 40 músicos profesionales, junto con la artista, marcharon hacia atrás en el centro de la capital de Guatemala mientras interpretaban marchas militares. Para desandar un camino signado por la dictadura y el genocidio —y el retroceso socio - político— caminaron desde el Ministerio de la Gobernación al Palacio Nacional kilómetro cero de la ciudad.
Con potente anclaje en el contexto social del país donde expone o desarrolla sus proyectos artísticos, Galindo lleva adelante una investigación previa que incluye teoría y vínculos con actores sociales claves.
Con esa avidez por meterse en la piel del otro, se sometió a experiencias que viven desconocidos en situación de encierro. Comenzó con Toque de queda, donde pasó diez días encerrada y aislada. Luego, para aludir a los procesos de migración forzada de países pobres de Centroamérica hacia EE.UU., junto con su marido y su pequeña hija, pasó un día en una celda construida por la industria de las prisiones privadas en EE.UU. (America’s Family Prison, una obra que pertenece a la colección del MoMA). Comenzó con el proyecto al conocer las noticias sobre prisiones privatizadas para familias centroamericanas diseñadas para ser ocupadas con hijos y bebés.
En Lavarse las manos,
puso su cuerpo y cuatro mujeres refugiadas del Congo, África Central,
Somalía y Kurdistán —que encarnan a héroes anónimos, a los que la
artista les dedica varias performances— pusieron su voz con historias
estremecedoras. Por dar un ejemplo, tras denunciar un fraude electoral
en su país, la mujer congoleña fue torturada y violada.
Para cuestionar el valor social de la virginidad, Galindo se sometió en 2004 a una himenoplastia, operación quirúrgica de reconstrucción del himen para volver a ser virgen, práctica común en ese momento –en forma legal o clandestina– en muchos países. Tras leer en un diario de Guatemala un anuncio, la artista se hizo la cirugía con un dentista que también practicaba este tipo de operaciones. Le pagó una gran cantidad de dinero y acordó no revelar jamás su nombre ni el lugar donde la operó. Pero, cuenta la artista, el médico cometió errores que, de no ser por la rápida respuesta de un médico que ella había convocado para controlar la operación, hubieran ocasionado que se desangrara.
“La himenoplastia se empezó a practicar como un arma de engaño del cuerpo femenino ante los requerimientos de una sociedad patriarcal que exige el estado de virginidad de las mujeres”, señala la artista. Y añade: “En Guatemala, en ese momento se operaban mujeres de clase media y alta, pero también en otros sitios le practican la cirugía a niñas víctimas del negocio de la trata para luego volver a venderlas como vírgenes”.
Con el filo de un cuchillo se escribió la palabra Perra sobre su pierna en alusión a los asesinatos cometidos a mujeres en Guatemala cuyos cuerpos tenían inscripciones similares hechas con navajas. “En el caso de Guatemala, la historia se inscribe sobre el cuerpo de la mujer: desde la conquista pasando por el genocidio hasta los femicidios actuales”, señala Galindo.
Y para exhibirlo, con un cinturón de hombre, se dio 279 golpes en su propio cuerpo: uno por cada mujer asesinada en Guatemala desde el 1 de enero al 9 de junio de 2005. Para hacer esta acción sonora, llamada (279) Golpes, se ocultó en un cubículo y amplificó el sonido del interior. Con 47 femicidios en los primeros dos meses del año (un hombre mató a una mujer cada 30 horas), resuena también como látigo en la espalda el sonido en Argentina –a la violencia masculina se suma la institucional (policial y judicial) que sufren mujeres que hicieron denuncias y no fueron protegidas–. Apariciones, una performance de Galindo que se presentó en distintos países, fue activada el 8 de marzo en Buenos Aires por las artistas Sofía Smaldone y Marcela Cortez y seguirá en distintas provincias del país para visibilizar los femicidios.
Ya en 2007, embarazada de 8 meses, Galindo permaneció atada con cordones umbilicales reales a un catre, de la misma forma el ejército de Guatemala amarraba a las mujeres de los pueblos originarios para violarlas.
Le pidió a un reconocido cirujano plástico de Venezuela que marcara sobre su cuerpo y su cara las áreas que consideraba que debían operarse. Con un procedimiento agudo, de precisión quirúrgica, la artista evidencia los parámetros estéticos dominantes. Como lo hizo Orlan, que, entre 1990 y 1993, se sometió a una serie de cirugías para demostrar la tiranía de esos cánones y denunciar la sumisión y esclavitud a un ideal de belleza. La performance de Galindo evidencia la objetivización de su propio cuerpo –considerado socialmente imperfecto–, pasible de ser modificado, obturando su singularidad y sus atributos bellos por irrepetibles.
Cuando vivió en República Dominicana llevó al límite el método de adelgazamiento con yesos, usual en ese país. La enyesaron totalmente –brazos, piernas, torso– al punto de quedar inmovilizada: para las cosas más básicas debía asistirla una enfermera. Para verla, el público debía ingresar al cuarto de un hotel en Santo Domingo.
También en República Dominicana devino carnada viviente, colgada de una red, en un árbol a varios metros de altura. Además, en posición fetal se acurrucó sobre un charco de orina. La acción alude a la trata de niñas y al turismo sexual extranjero –en ese momento, 2006, lo integraban españoles e italianos–. “Son cuerpos vulnerables en espacios públicos donde se los somete a todo tipo de escrutinios para ser elegidos como carnadas”, señala la artista.
En Bélgica, tras investigar los índices de enfermedades mentales en países desarrollados, con voluntad inquebrantable, pasó 4 días con camisa de fuerza en un psiquiátrico. “La mayoría de los internados vieron que había alguien más vulnerable que ellos. Fueron muy empáticos: me cuidaron, pidieron que me quitaran la camisa de fuerza”, recuerda la artista.
Tras rasurarse completamente de pies a cabeza, Galindo caminó desnuda por las calles de Venecia en Piel, performance realizada en la Bienal de Venecia en 2001. “Yo, como mujer guatemalteca, enseño mis características físicas –dice–. Soy bastante pequeña, delgada, tengo estas características ligeramente enclenques. Posiblemente para afuera, uno podría verse frágil o vulnerable, como algunas personas que tenemos origen latinoamericano, sin embargo por dentro tenemos mucha fuerza por todos los años de lucha que nos anteceden”.
La idea de esa acción en Venecia surgió a partir de que leyó un relato de Curzio Malaparte: “Contaba cómo era la Italia posterior a la Segunda Guerra Mundial y la forma en que describía los cuerpos era muy similar a la de los cuerpos vulnerados en Guatemala, a los cuerpos de los niños famélicos, desnutridos”, cuenta la artista.
En su emblemática ¿Quién puede borrar las huellas? –por esta pieza y por Himenoplastia recibió el premio León de Oro al Mejor Artista Joven en la 51 Bienal de Venecia en 2005–, caminó desde la Corte de Constitucionalidad hasta el Palacio Nacional de Guatemala, dejando un recorrido de huellas hechas con sangre. Esas marcas mortuorias, simbolizan a miles de civiles asesinados por el ejército en Guatemala y, al tiempo, aluden al rechazo a la candidatura presidencial del genocida Montt.
Galindo crea una cosmogonía propia. Hay en su obra una profunda reflexión sobre la condición humana. “En la pandemia nos dimos cuenta de que podemos vivir sin muchas cosas que al final resultan superfluas –dice–. Pero no podríamos vivir sin el cine, la literatura y el arte. Quedaron demostradas las implicancias del ser humano con cualquier expresión que lo conecte con algo más sublime que sí mismo. Necesitamos sostenernos de algo. Muchos se sostiene de la religión, pero quien no la tiene necesita otros pilares para tener fuerza”.
El gran retorno se puede ver en malba.org.ar/rumor
https://www.pagina12.com.ar/331291-entrevista-con-la-performer-regina-jose-galindo
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