Palo Pandolfo: Orgullo criollo del rock argentino

 

Artista de culto y de vanguardia, el músico fallecido prematuramente supo marcar a una generación con canciones innovadoras.

 

En aquel entonces, a comienzos y mediados de los 90, fue fácil saberlo. Chicos de colegios secundarios (el Mariano Acosta, el Pellegrini o cualquier otro de Flores, de Avellaneda o de Rosario) escuchaban por primera vez algo que los interpelaba, que les hablaba directo a ellos. Tan terrenal –y al mismo tiempo espiritual y poético– era, que el grupo se llamaba, para más confusión, Los Visitantes. Su líder era Palo Pandolfo, cantante, guitarrista, compositor y letrista. Y con ese disco debut de 1992 ocurría lo mismo que contaba Frank Zappa (un artista que Palo mencionaba en las entrevistas) al relatar el momento inaugural de ver en el cine Semilla de maldad (Blackboard jungle): “Al final de la película aparecían adolescentes bailando rock ‘n roll… por lo tanto nosotros, los adolescentes, ¡existíamos!”.

Palo Pandolfo, siempre un artista de culto y vanguardia, representó ese silogismo existencialista como nadie en todos sus proyectos (dejó 16 álbumes entre todas sus agrupaciones). Muchos lo descubrieron con Salud Universal, ópera prima de su grupo Los Visitantes. Un Nevermind criollo y ground zero del rock nacional con sus canciones innovadoras forjadas de rock, pero aún más, de folclore y de tango.

Sin embargo, en la tabla periódica del rock argento, la química del nuevo elemento Pp de Palo Pandolfo fue algo totalmente inesperado. En cada canción de ese disco (y de los que vinieron después) había una propensión a la energía atómica, a un poemario en potencia, descargando electricidad ya desde sus títulos: “Antojo”, “Carne nueva”, “Tanta trampa”, “Sangre”, “El clavel”, “Albergue Warnes”.

Salud Universal fue un disco universal y privado en el que Palo le agregaba criollismo al rock. Y le añadía las propiedades físicas de la conga y del baile. Porque en sus recitales y en los fogones que reproducían sus canciones, se bailaba con todo el cuerpo.

A la luz de ese comienzo memorable, oxímoron de sensaciones (“Este tiempo en que te amo, ¡esta colección de daño!” en “Abajo en la ciudad”), nacía una sinestesia musical y cromática como nunca habíamos oído. Quién más podría haber inventado si no letras que rezaban “mentol, mentol; refrescante, truco, retruco, quiero vale 4”, o “tu cuerpo hace ladrar mi perro”.

Lúdico y erótico

Para un adolescente (edad de la confusión), lo lúdico se enredaba con el erotismo y con el peligro en el fraseo de malevo amable de Palo bien arriba del escenario y tan cercano a todo. Escuchar y corear “luz de mis ojos tengo un antojo/leche de mi sexo tengo acceso” fue, como dice la canción, una primavera para el rock local y para los jóvenes que lo descubrían. Tampoco hacía falta saber que era una aliteración para maravillarse con canciones que tenían swing solo con sus letras como “tanta trampa”, “verde cueva-cueva verde”.

En realidad, las raíces de Palo habían surgido bien los 80 con su grupo Don Cornelio y la Zona, que en su nombre citaba al barrio de Saavedra (el mismo del Polaco Goyeneche) con el cine de Tarkovski. En ese post-punk, que parecía power-trio pero que, en realidad, con la suma de vientos estaba más cerca del caudal sónico y vanguardista y proto-punk de Van der Graaf Generator, Palo había dejado semillas para todo el rock venidero con canciones clásicas como “Ella vendrá” o “Tazas de té chino”. O el humor de titular un disco Patria o muerte, al calor y marchitar posterior de la primavera alfonsinista y la vuelta a la democracia.

Palo, que nunca dejó de hacer declaraciones políticas dentro de su arte (participó del disco Cuerpo: canciones a partir de Mariano Ferreyra) y que al mismo tiempo jamás hizo canción protesta, fue un poco como Fabián Polosecki para la TV de los 90. Nacidos en el mismo año, ambos eligieron permutar la militancia política de la época por una manera de narrar Buenos Aires, desde lo noir y lo under, más cerca de la historieta que de la literatura con mayúsculas, para finalmente hacer un arte mayúsculo.

Al fin y al cabo, Palo, con su parecido físico al Joe Strummer de The Clash, también creía en dinamitar al sistema por adentro, un poco punk y un tanto acústico y tanguero. Porque fue un catalizador de los ritmos en 2 x 4, incluso antes que La Chicana, La Fernández Fierro o el Tape Rubín, colegas, admirados y admiradores, reformularan el tango a comienzos de los 90. Su canción “Turbias golondrinas” se convirtió en un nuevo clásico del tango interpretado nada más y nada menos que por Lidia Borda y el Tata Cedrón.

Con los discos que vinieron luego de Los Visitantes, ya con su grupo La Hermandad (sobre todo el extraordinario álbum Esto es un abrazo) Palo demostró su genio y carisma una vez más. Fanático de Billie Holiday ejecutaba un scat jazzero cantando frases como “Pi Pa Pu”, “Bi bap um dera” o el último minuto de “Más que humanos” de ese disco.

Desde hace días las redes lloran su temprano vuelo final. Multiplican a una generación que repite, con honestidad que, “con su muerte se fue una parte de mi adolescencia”. Y como la canción de Gardel, todos nos preguntamos, “por qué tus alas, tan cruel quemó la vida”. O como dijo Juan Pablo Fernández, cantante de Pequeña Orquesta Reincidentes y Acorazado Potemkin: “Con la muerte de Palo y de Gabo Ferro partieron los mejores de nuestra generación”.

En una de sus canciones más sutiles y memorables, “Auto unión” (el auto alemán que se fabricó en Argentina en los 60, boom absoluto de ventas con el escudo de la provincia de Santa Fe en su volante como marca de orgullo nacional), Palo canta: “Un auto Unión / cargado con macetas / en cualquier calle de Versalles”. Palo tomó el rock n roll y como nadie la aporteñó. Las flores que hoy sus seguidores dejan en el exacto lugar en que murió repentinamente (Díaz Velez entre Acoyte e Hidalgo), acaso serán como el cementerio Père Lachaisel para toda una generación.

 

 

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