Houellebecq sobre Lovecraft: un niño terrible ante un puritano fascista
En su ensayo, el escritor francés proyecta su propia obra sobre la de otro gran renegado, H.P. Lovecraft, maestro del terror.
Por Flavio Lo Presti
Michel Houellebecq ha construido un lugar extraño:
el lugar de un maldito adorable, investido de un aspecto incluso físico
que hace pensar en un niño terrible al que se le celebra la disección
fría y maligna de la especie humana a la que ha dedicado sus libros.
Siempre ha habido en torno a ellos, sin embargo, aleteos de paradoja: ¿por qué decir, en Ampliación del campo de batalla,
que los detalles de la vida no le interesan más que la contienda de
unos cangrejos en un tarro, a un novelista que parece dedicar una
disimulada pero constante atención a esos detalles? Por otra parte, ¿no
es de sospechar que, desde esa primera novela y Las partículas elementales,
Houellebecq haya hecho pasar por problemas civilizatorios algunos
asuntos personales, merced a una capacidad de persuasión en la que se
integran el terror disfrazado de asco a la especie y un arsenal fáctico y
retórico tomado de las ciencias duras?
H. P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida
resulta revelador en los dos sentidos, desde el prólogo mismo. En ese
brillante prefacio, Stephen King resuelve la segunda sensación
paradójica de un plumazo: “Houellebecq realiza afirmaciones que causarán
controversia y crearán polémica. Yo mismo cuestiono alguna de ellas.
¿De verdad la vida es dolorosa y decepcionante? Lo primero puede que sea
cierto, pero solo a veces; lo segundo puede que sea cierto, pero solo
para alguna gente. (...) ¿De verdad la humanidad solo nos inspira una
curiosidad tenue? ¡Ah, mi querido Houellebecq! Todos los días me cruzo
por lo menos con 60 personas, y me muero de ganas de seguir a 40 de
ellas hasta su casa y ver qué hacen allí”.
Con respecto al
desinterés por lo humano de Houellebecq, el ensayo sobre Lovecraft es
revelador. Muchos lectores que atraviesan la zona de generalidad
infantil de la lectura y se vuelven lectores sofisticados y críticos
(una raza que a veces parece muy extendida y a veces un club de
filatelistas) abandonan a Lovecraft, su prosa “púrpura”, sus monstruos, e
ingresan en una zona adulta de ficción que a Houellebecq le resulta
repulsiva. Hay una interesante observación de Pablo Capanna de la que el
francés parece hacerse eco: mientras la ficción “seria” se internaba en
un vanguardismo solipsista, la ciencia ficción salvó la posibilidad de
hablar de los grandes temas de nuestra época.
Contra los fetiches
de la crítica, Houellebecq extiende esa posición privilegiada al Fantasy
y la Weird fiction: “Tal vez el siglo XX perviva como una edad de oro
de la literatura épica y fantástica, una vez que se hayan disipado las
mórbidas brumas de las vanguardias desvaídas”.
La obra de
Lovecraft parece ser, en opinión de Houellebecq, el punto más alto de
esta zona de la producción literaria, definitivamente más interesante
para él que el realismo y la vanguardia. La persistencia de las
ediciones y del interés de los lectores es una prueba suficiente del
valor de esta obra sobrecogedora, pero Houellebecq realiza una
interesantísima descripción del proceso de formación de la poética del
“Recluso de Nueva Inglaterra”, partiendo de una realidad temperamental.
Lovecraft
era un puritano racista anclado en valores conservadores que se mantuvo
a distancia asqueada de la “invasión” de “razas inferiores” hasta que
una inesperada inclinación a la vida (el amor inesperado y finalmente
fracasado hacia Sonia Haft Greene) lo lleva a Nueva York, donde su
intención de acoplarse al mundo contemporáneo (a través de sus vehículos
dominantes: el sexo y el dinero) resultan en un fracaso.
A partir
de ahí, y merced de un dispositivo complejísimo de rechazo de la vida
(en particular, el dinero y el sexo), de las convenciones del fantástico
y la incorporación de una compleja gama de recursos sensoriales así
como del registro más estricto de las ciencias duras, Lovecraft compone
una prodigiosa mitología sobre la convicción de que la vida es el mal y
el mundo es ofensivo e irrespirable. Pero al mismo tiempo, con su
poderosa poesía, consigue el que para Houellebecq es el más alto logro
artístico: proponer precisamente una alternativa al mundo para aquel que
(como cualquier lector: “cuando uno ama la vida, no lee”) no es capaz
de soportarlo.
H.P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida, M. Houellebecq. Anagrama, 128 págs.
https://www.clarin.com/revista-enie/literatura/houellebecq-lovecraft-nino-terrible-puritano-fascista_0_rUJYPdW_m.html
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