'El vientre del mar': los inconsolables de Villaronga
El autor mallorquín conmociona con una película muy artística en la que ahonda en los abismos del alma humana y en el drama migratorio en una adaptación de Alessandro Baricco
Por Juan Sardá
El cine de Agustí Villaronga (Palma de Mallorca, 1953) siempre ha buscado un lugar propio en el que la fuerza telúrica de la imagen se fusiona con un mundo poético de amplias resonancias místicas. En este caso, el océano, una vez más, sirve como catarsis final. Ya rodó una película que se llama precisamente El mar (2000), ambientada en un sanatorio de tuberculosos mallorquín en los años 40 del pasado siglo. En pocos cineastas la presencia de la muerte resulta siempre tan perturbadora y lírica y si en aquella película los jóvenes protagonistas se situaban en un limbo entre los vivos y los muertos, en esta El vientre del mar, rodada también en la isla, parece que son los muertos quienes nos hablan desde las profundidades acuáticas, como si resucitaran cual héroes griegos.
La película se inspira en un relato de Alessandro Baricco incluido en su segunda novela, Océano Mar (Anagrama), publicada en 1999. Allí el escritor italiano reconstruye el naufragio de un barco de la Marina francesa en 1816 frente a las costas de Senegal. Muchos tripulantes, como mínimo 150, se refugian en una balsa que queda a la deriva durante dos semanas hasta que son finalmente rescatados. Solo sobrevivieron 15 después de pasar un infierno de canibalismo, brutalidad y supervivencia salvaje. La tragedia ya sirvió como inspiración a otro artista como Théodore Gericault en su famoso cuadro La balsa de la medusa, expuesto en el Louvre, cuyo recuerdo reverbera de manera inevitable al observar las imágenes pictóricas y cargadas de fuerza expresiva de esta película. Los “inconsolables” llamó Baricco a aquellos que regresan vivos del infierno.
La tragedia, de la que dejó constancia el capitán médico Savigny (Francesc Casamajor) en sus diarios, provocó también el enfrentamiento entre el propio oficial y un marinero raso, Thomas (Òscar Kapoya), que censura el clasismo con el que se organizó el salvamento. Villaronga reconstruye el naufragio de manera teatral, un poco como Lars Von Trier en Dogville (2003), mezclando las secuencias de desesperación en la balsa con un juicio en el que se dirime la actuación de las autoridades junto a imágenes recientes de naufragios en el Mediterráneo, protagonizados por emigrantes o refugiados que perecen arrasados por las inclemencias del tiempo. Todo ello, imbricado con planos de carácter místico sobre los fondos marinos, que parecen suspendidos en un limbo espacio-temporal donde todas las tragedias acaban siendo una.
Ganadora de la Biznaga de Oro en el último Festival de Málaga, además del premio al mejor actor (Casamajor), dirección y música, El vientre del mar es una experiencia sensorial y poética de gran belleza que nos sumerge en las profundidades de una experiencia extrema. Al final, las diferencias entre unos y otros, ricos y pobres que vivieron como entes separados, se convierten en una sucesión interminable de carne putrefacta, como si la enfermedad, la desesperación y la muerte fueran al final también una forma de democracia cruel. Al crear una conexión entre aquellos hechos y un presente marcado por un Mediterráneo que se ha convertido en un inmenso cementerio, Villaronga explora los confines del medio cinematográfico al abordar el tiempo como una interminable sucesión de capas que se superponen, proponiendo una especie de eternidad constante donde el pasado y el presente se solapan con el futuro. La lucha de clases, el racismo, la tragedia intrínseca de estar vivo sabiendo que vamos a morir o la locura son algunos de los asuntos que aparecen en esta película tan indescifrable como el propio misterio de la belleza y el horror que forman parte de la vida.
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