Literatura: Centenario de Alberto Moravia, observador mordaz de la sociedad contemporánea
Redacción Internacional. (EFE).- Este 28 de noviembre habría cumplido cien años uno de los escritores más prestigiosos de la literatura italiana del siglo XX, Alberto Moravia, cuya vida y obras -con títulos capitales como 'El conformista' o 'El desprecio'- recorrieron los males físicos, políticos y sociales.
"Estuve enfermo hasta los treinta años, de gravedad, y cinco años en un lecho; era además pobre, y sólo comencé a estar bien cuando comencé a ganar dinero con mi trabajo. Y era, además, antifascista, otra cosa que me excluía", reconocía Moravia en la amplia entrevista biográfica concedida a Alain Elkann en 1990.
Ese mismo año concluía una vida que, desde el 28 de noviembre de 1907, había acumulado tantas calamidades como honores -fue propuesto dos veces para el Nobel- y se había asociado a otros genios marginales, como Pier Paolo Pasolini, en la búsqueda del sentido de un mundo que, en su apertura a la modernidad, se veía inevitablemente lastrado por sus atavismos.
"Para muchos, el aburrimiento es contrario a la diversión [...] podría decir, en cambio, que en ciertos aspectos éste se asemeja a la diversión en cuanto, apunto, provoca distracción y olvido", sentenció en una de sus novelas clave, 'El aburrimiento', en 1960.
Enfermedad y literatura
Moravia, enfermo de tuberculosis ósea la primera parte de su vida, palió sus males devorando literatura y decidió aplicar esta misma receta a la sociedad italiana con una escritura que, tras las florituras del romanticismo, apostó por lo agreste y realista desde su primera novela: 'Los indiferentes'. Con ella se adelantó al existencialismo de Camus y observó la degeneración del 'dolce far niente' de la burguesía con sólo veintiún años, algo que le negó una popularidad acorde con su calidad.
Alberto Moravia -que renunció a Pincherle, el apellido de su padre, para evitar confusiones- comenzó entonces otra de sus constantes: los viajes. Francia, Inglaterra, Estados Unidos, China y Grecia fueron sus destinos durante los años treinta.
A su vuelta, al darse de bruces con la Segunda Guerra Mundial, sus colaboraciones para el periódico 'El pueblo de Roma' irritaron a las autoridades fascistas y comenzó su segundo ostracismo, hasta el punto de pasar nueve meses escondido en una cuadra cerca de Nápoles. "Me tomé en serio sobre todo la literatura, la única cosa en la que creo, y todo el resto lo subordiné a ello", reconocería más adelante, aunque nunca se privó de hacer juicios políticos o en contra de la bomba atómica en ensayos como 'Invierno nuclear'.
Su obra se engrosaba y también sus facetas: artículos, críticas de cine, ensayos, relatos... Así, su temática se amplió y, en 'Agostino' (1945), dio luz verde a otra de sus obsesiones: el sexo. En 1941, Moravia se había casado con la escritora Elsa Morante y, tras una vida plagada de escarceos amorosos, su figura se convertiría en carne de páginas muy poco literarias en la senectud, al formar pareja con la española de 29 años Carmen Llera.
Y es que, ya en 1949, pasada ya la guerra y linchado el fascismo, Moravia se convirtió en personaje publico tras 'La romana', crónica social del régimen de Mussolini con una sequedad y un desgarro que culminaron con 'La campesina', que llevó al cine Vittorio de Sica y reportó el Oscar a Sofía Loren en 'Dos mujeres' (1961).
Jean-Luc Godard encontró en 'El desprecio' y su retrato de la crisis de pareja una base ideal para los postulados de la 'Nouvelle Vague' y creó así el filme 'Le Mépris' (1963), y Bernardo Bertolucci adaptó en 1970 'El conformista' en la película del mismo título, en la que aglutinaba en un mismo y despreciable ser humano la actitud que llevó al pueblo italiano al fascismo.
Su obra abarcó el teatro -con piezas como 'El Dios Kurt' (1967)- y sus propuestas literarias estuvieron cada vez más dominadas por la sexualidad, como el diálogo con un pene en 'Yo y él' (1971) o el incesto imaginario de 'La mujer leopardo', su título póstumo.
En 1987, ya octogenario, realizó una nueva ronda de viajes por Zimbabue, Marruecos, Etiopía, Rusia, China, Alemania y París "sin dejar de trabajar, más que cuando era joven", según él mismo.
"La vejez no existe", confesó al final de su vida. "Lo que se llama vejez es una enfermedad como cualquier otra en la cual al final uno muere irremisiblemente. Yo hago las mismas cosas desde que tenía 20 años, quizá más. Fui joven muy tarde".
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