Literatura: Un legado de extraordinaria riqueza

Los apuntes que el gran escritor ruso tomó en los últimos años de vida son los únicos en su género. Reunidos en Cuadernos de notas (La Compañía), libro del que ofrecemos un anticipo, revelan matices ocultos de una personalidad lúcida y sensible

Por Leopoldo Brizuela
Para LA NACION


Quizá porque su obra logró ser una casi perfecta "imitación de la vida", pocas cosas se recuerdan de la historia de Anton Chejov como dos o tres secuencias ligadas a su muerte en 1904. Y a su inmortalidad. Los últimos días en el sanatorio alemán de Baden Wailer, que inspiraron a escritores tan lejanos y diversos como Irène Némirovsky, Raymond Carver o Griselda Gambaro. La leyenda de la llegada de sus restos a una gran estación rusa atestada de lectores devotos, en un vagón frigorífico donde, por lo común, se transportaban ostras. Y, por fin, el hallazgo de unos cuantos cuadernos torrenciales, titulados, sin ningún rigor, "Pensamientos, "Imágenes", "Anécdotas", de apariencia humildísima y caótica, de cuya importancia nunca cupo duda. Pero cuya edición ha venido corriendo, también, las suertes más diversas.

En 1921, dos intelectuales tan honestos y admirables como Leonard y Virginia Woolf encargaron a un cierto señor Skotelianski una primera selección de esta obra, que se publicó en Londres, en la Hogarth Press; la selección es a tal punto económica, que no solo descarta "entradas" nimias o repetidas, sino que mutila frases y despoja al estilo de Chejov de todo tipo de sugerencia o ambigüedad. Setenta años más tarde, un editor de Moscú, en un afán de hacer justicia que seguramente excedía los "crímenes" del señor Skotelianski, decidió publicar los cuadernos en su abrumadora totalidad: no solo incluye las observaciones de Chejov sobre la vida cotidiana, sus reflexiones y los apuntes para futuras obras, sino también las listas de compras y de gastos diarios, los fragmentos de cuentos que ya habían aparecido publicados en vida de Chejov, recetas médicas copiadas textualmente de los manuales. Juzgándolas poco interesantes aun para el más exhaustivo de los críticos -aunque nunca se sabe-, La Compañía, en esta edición porteña, ha optado por un criterio intermedio que pone de relieve la riqueza y originalidad del legado chejoviano.

Escritos durante los últimos trece años de vida de Chejov, al pie o al margen de sus grandes cuentos y piezas teatrales, estos Cuadernos de notas son, en verdad, únicos en su género. No se trata de un "diario íntimo": los pasajes autobiográficos o confesionales son escasísimos y, por lo común, están velados por el uso de una tercera persona y de iniciales, que vuelven casi imposible afirmar la identidad. El lector encontrará a Chejov mucho menos en los deliciosos hechos narrados que en la mirada que supo entender su importancia más allá de la nimiedad aparente, y en la voz -ese tono inconfundible- que los pone en palabras. Por lo demás -¡qué diferencia con el diario de Bioy Casares!- a Chejov no le interesa revelar secretos, sino aludir a misterios literalmente inaprensibles por las palabras y, por eso, capaces de generar más y más obras de arte. No confundir con ningún "pudor" de época: se trata, más bien, de una desconfianza, adelantada a su tiempo, de la noción de personalidad. El "yo", para Chejov, su propio "yo", es menos una "fuente inagotable de imágenes" que una especie de máquina de percepción, reelaboración y conexión, de manera siempre desconcertante, de imágenes externas. Y el único rasgo permanente de cada personalidad es, salvo en el caso de los locos, su constante metamorfosis.

Del mismo modo, nada más lejano de estos Cuadernos de notas que los "apuntes de escritor", verdaderas antologías de "microensayos" que compusieron escritores como Julien Gracq o Ricardo Piglia. Acerca de sus lecturas, copiosas y variadísimas, Chejov no hace más que citar los libros que compra; y es solo la reincidencia, por ejemplo, lo que nos revela su pasión por Molière. De la vida literaria, solo nos deja entrever su respeto casi filial por el conde Tolstoi, cuando retrata con tierna ironía una visita a su "familia disfuncional", o deja constancia, con la parquedad de las grandes emociones, que "hoy le he hablado por teléfono". En cuanto a su escritura, el silencio es aun mayor. Considerado el padre del cuento contemporáneo, el creador de un modo de "imitación de la vida" que logra pulverizar los rígidos preceptos de la narración a lo Edgar Allan Poe; revolucionario también del teatro, sobre todo en términos de estructura, Chejov no hace aquí una sola alusión a sus técnicas, que sí describe, brevemente pero con precisión indudable, en ciertas cartas, como las que dirige a su sobrino escritor.

¿A qué se deben estos silencios? ¿Por qué estos Cuadernos de notas consisten, casi exclusivamente, en narraciones brevísimas, realmente acontecidas a gente que lo rodea, y solo a veces imaginarias, tan extrañas todas como para que casi ningún escritor de la época fuera capaz de concebirlas? ¿Por qué sus reflexiones son escasas, incompletas y bellísimas, como revelaciones? Ninguna candidez. En varios pasajes demoledores, Chejov defiende la "literatura revolucionaria", de la que se considera parte, aunque solo la defina por oposición a ciertos rasgos de la literatura burguesa; la totalidad de los Cuadernos permiten deducir hasta qué punto esta concepción de la "vanguardia" es radical, cómo para Chejov ser un "vanguardista" es, en fin, mucho más que descubrir ciertos malabares técnicos. Marguerite Duras, en un texto inolvidable, cuenta como, en los días en que escribía verdaderamente, el mundo todo parecía escribir con ella, es decir, como toda percepción era elaborada por su mente narradora en provecho de la obra. En cierto modo, los Cuadernos de Chejov, aunque lo muestran en un permanente "estado de gracia" (al que alude Duras), testimonian un proceso inverso. Para él, la escritura no es más que una de las facetas de una búsqueda mucho más total, en la que están comprometidos cada segundo y cada aspecto de la vida: la búsqueda de una manera distinta de entender el mundo. La novedad, rasgo imprescindible de la literatura, no es algo que se busque separada o específicamente, sino la característica naturalmente derivada de una personalidad que logra, gracias a ese esfuerzo monumental, ubicarse en otro sitio virgen, nunca antes ocupado, desde donde todo se mira y se refleja de otra manera.

De ahí que los Cuadernos de notas de Chejov, con su aparente levedad, su falta de pretensión y ese humor que es solo suyo, tierno y cáustico a la vez, sean uno de los más extraordinarios y conmovedores reflejos de su época; o, mejor dicho, del final de una época, cuando esa necesidad de encontrar de un nuevo sentido se hace, en los sujetos, cuestión de vida o muerte. Y en verdad, casi todos los relatos y los personajes de este Cuaderno son ejemplos que permitirían rebatir los paradigmas ideológicos y literarios que habían dominado el siglo XIX, y que solemos llamar modernidad. Por supuesto, estas "pruebas" que aporta Chejov nunca tienen ni la extensión ni el aire definitivo de un teorema; como en los cuentos, su herramienta son los pequeños detalles de la naturaleza y la vida cotidiana, las frases "incorrectas" con que ciertas personas consiguen expresarse mejor que si hubieran seguido las reglas de la lengua común. Y, sobre todo, esas historias que la realidad ofrece a quien sabe mirarlas, y que encuentran, para conflictos universales, secuencias que la literatura convencional nunca hubiera imaginado.

"Siempre he despreciado esa línea recta entre dos puntos", escribió otra gran discípula de Chejov, Grace Paley, en uno de sus propios cuentos, refiriéndose a la vieja noción de trama. "No por razones literarias, sino porque desvanece toda esperanza. Todos los seres, reales o inventados, merecen el destino abierto de la vida." A esta sensación de estar "haciendo justicia" poética se debe quizás el sentimiento más hondo del Chejov de los Cuadernos : la felicidad, tan profunda como para convivir con el dolor y la enfermedad y para "ponerlos a trabajar" en beneficio de la poesía. La felicidad: base de su fabulosa capacidad de amor, de compasión, por la criatura humana.

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