Pensamiento: Montaigne y el arte del diálogo

Por Peter Burke




En mi opinión, aunque no soy el único que opina así, Michel de Montaigne hizo una importante contribución al arte del diálogo. Esta afirmación puede parecer extraña, puesto que sus famosos Ensayos son monólogos, dirigidos a lectores a quienes el autor no conocía personalmente. Es más, los ensayos se escribieron en un momento en que muchos diálogos -por no mencionar obras de teatro- aparecían impresos en Italia, Francia, Inglaterra y España. Famosos ejemplos españoles de este período incluyen De los nombres de Cristo, de Fray Luis de León (1583), y Diálogos de medallas (1587), de Antonio Agustín. Igualmente, en su ensayo De los libros, Montaigne comete lo que llama el «sacrilegio»de describir los famosos diálogos de Platón como prolijos y aburridos. Por lo tanto, puede parecer que el autor rechazaba conscientemente la forma del diálogo con el fin de construir un nuevo género literario.

¿Quién juega con quién? Sin embargo, es posible mirar los Ensayos desde otro ángulo. El gran crítico y teórico cultural ruso Mijaíl Bajtin enseña a sus lectores a escuchar diversas voces dentro del mismo texto, a oír el diálogo que se oculta tras lo que parece ser un monólogo, por ejemplo, en una novela, ya sea de Dostoyevski o de Dickens. Bajtin acuñó el término «heteroglosia» (raznoreie) para referirse a lo que él llamaba esta «mezcla de voces variadas y opuestas» dentro de una locución determinada. La mezcla puede adoptar varias formas, como la imitación respetuosa, la parodia irrespetuosa, la cita, la aparición de argumentos contrarios a la tesis principal del texto, y así sucesivamente.

Curiosamente, aunque Bajtin escribió un libro acerca de François Rabelais, otro escritor francés del siglo XVI, tuvo poco que decir sobre Montaigne. Y sin embargo, los ensayos de Montaigne ofrecen un excelente ejemplo de heteroglosia. Montaigne escribía con un estilo deliberadamente oral, conversacional. Como él mismo decía: «Je parle au papier comme je parle au premier que je rencontre» [Yo hablo al papel como hablo al primero con quien me tropiezo]. Él entablaba conversación o diálogo con cuatro interlocutores: con el «otro», consigo mismo, con escritores anteriores y con futuros lectores.

Montaigne estaba preparado para el diálogo con el otro por su relativismo, su interés en la diversidad de costumbres y su notable capacidad para contemplar el mundo desde unos puntos de vista muy diferentes a los suyos. Cuando llevaron a Ruán a unos indios de Brasil, conversó con uno de ellos mediante un intérprete y explicó a sus lectores lo que más asombraba a los brasileños de la cultura francesa. Incluso se imaginaba el punto de vista de su gato: «Quand je me joue à ma chatte, qui sait si elle passe son temps de moi plus que je ne fais d?elle??» [Cuando yo me burlo de mi gata, ¿quién sabe si mi gata se burla de mí más que yo de ella?] ¿Quién está jugando con quién?

Notas al margen. Montaigne también entablaba conversación consigo mismo. Su conocimiento agudo de la variedad y del cambio lo llevó a la idea que llamamos multiplicidad de yoes o fluidez de la identidad, y escribió: «Les plus belles âmes sont celles qui ont plus de variété et de souplesse» [Las más hermosas almas son aquellas en que se encuentran variedad y flexibilidad mayores]. Cuando releyó los ensayos que había publicado en 1580, escribió comentarios en el margen, discrepando de su antiguo yo u ofreciendo nuevos ejemplos.

Cuando en 1588 se publicó la versión ampliada de los Ensayos, Montaigne volvió a escribir notas en ella. Podemos escuchar los tres textos, que los eruditos han etiquetado A, B y C, como si fueran distintos Montaignes, que se incorporan sucesivamente a la conversación. El autor era consciente del proceso y habló a sus lectores sobre ello, diciendo que había hecho añadidos, no correcciones, puesto que el hacerse viejo, desgraciadamente, no garantiza que uno se vuelva más sabio. La relación de Montaigne con escritores anteriores, especialmente sus escritores preferidos, entre ellos Plutarco y Séneca, era también de una naturaleza que podríamos llamar «dialogada». Julia Kristeva, siguiendo los pasos de Bajtin, afirmó que «cualquier texto está construido como un mosaico de citas». Podríamos añadir que en algunos textos, como los primeros Ensayos, hay más citas que en otros, mientras que algunos autores -entre ellos Montaigne- adaptan las citas (consciente o inconscientemente) de una manera creativa, introduciendo pequeños cambios en el texto y también usándolo en situaciones en las que el autor original no lo habría empleado ni en sueños, usándolo como un trampolín para zambullirse en sus propios pensamientos.

Puede decirse que la relación de Montaigne con sus lectores (y también sus oyentes, puesto que en aquella época era frecuente leer los libros en voz alta) también era de una naturaleza dialogada. Los Ensayos comienzan con una página titulada «Au lecteur» [Al lector], en la cual Montaigne afirmaba que había escrito el libro para sus amigos y parientes (aunque el texto impreso evidentemente iba a alcanzar a una audiencia mucho mayor). Este tipo de prefacios eran una tradición.

Sin embargo, Montaigne se aleja de la tradición en el modo sencillo y coloquial de hablar a sus lectores. Después de publicarse su libro, algunos de estos lectores entablaron diálogo con él. Entre ellos estaban el famoso humanista Justus Lipsius (otro admirador de Séneca), que empezó a cartearse con el escritor, y Marie de Gournay, una joven del norte de Francia que se convirtió en una especie de hija para Montaigne, así como su albacea literaria. Ediciones posteriores de los Ensayos se quejan, o fingen quejarse, del modo en que el libro ha sido recibido por el público.

En el famoso ensayo en el cual una discusión sobre sexualidad se encubre bajo el título «Sobre unos versos de Virgilio», el autor declara: «Je m'ennuie que mes Essais servent les dames de meuble commun seulement, et de meuble de salle» [Me apesadumbra que mis Ensayos sirvan a las damas solamente de adorno y mueble de sala]. El nuevo ensayo, comenta astuto, las obligará a guardar el libro en un lugar más privado.

Efectos retóricos. Podemos decir que Montaigne provocaba este diálogo no sólo por su prosa íntima y conversacional, sino también por el carácter deliberadamente inconcluso de los ensayos. A diferencia de la mayoría de sus contemporáneos -incluidos, paradójicamente, los autores de muchos diálogos formales- Montaigne evitó deliberadamente llegar a conclusiones firmes. Por lo general, sus ensayos, más que terminar, se detienen, de modo que a menudo dan la impresión de estar inacabados.

Como saben los escritores de textos publicitarios, si un escritor deja una palabra o una oración sin acabar, los lectores se sienten tentados a echarle una mano y así implicarse más profundamente en el texto de lo que habrían hecho en otro caso. Montaigne, que evitaba la retórica formal, era tan consciente de los efectos de su escritura en los lectores como un retórico profesional. Su retórica de rechazar la retórica le ayudó a hacer su contribución al arte del diálogo.






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