Literatura: La hora de las víctimas

La narrativa da voz al fin a los grandes olvidados de la violencia etarra


Proyectos destrozados, vidas rotas, rabia y sospechas. Y miedo. Mucho miedo. Silenciado por todos. Durante cuatro décadas la narrativa española prefirió mirar hacia otro lado a la hora de novelar la violencia etarra,y, si lo hizo, en general tomó partido por los terroristas y sus conflictos morales. Hasta que, poco a poco, los escritores comenzaron a dar voz a las víctimas. Uno de los primeros fue Raúl Guerra Garrido, que en Lectura insólita de El Capital (premio Nadal, 1976) ofrecía el monólogo interior de un industrial secuestrado por Eta. Más de 15 años después, Los peces de la amargura, de Fernando Aramburu (Tusquets) rompía de nuevo el cerco de silencio con unos relatos sobre los muertos y sus familias. Sí, algo estaba cambiando, porque este mismo año, Mikel Azurmendi ha lanzado Tango de muerte (El Cobre), una novela sobre tres muchachos gallegos asesinados en 1973, y ahora Miguel Tomás- Valiente debuta en la novela con El hijo ausente (451 Ed.), un relato que rechaza una paz "indigna". El Cultural conversa con ellos sobre estos relatos de la violencia y el dolor, narrada desde el otro lado. El de las víctimas del terror.

Miguel Tomás-Valiente: "La paz es deseable, la justicia es imprescindible"
Miguel Tomás-Valiente (Valencia, 1963) tenía treinta y tres años cuando su padre, Francisco Tomás y Valiente, ex presidente del Tribunal Constitucional, fue asesinado en su despacho de la facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid mientras hablaba por teléfono. Miguel sufrió tal conmoción que, según explicó el fiscal que sentó en el banquillo al asesino Jon Bienzobas, su "estrés psíquico" desencadenó "unos pocos meses más tarde en un cuadro clínico diagnosticado como enfermedad de Parkinson en estadio II de Hoehn y Yarhd, con afectación especial del hemicuerpo derecho, que le impide ejercer como profesor de enseñanza secundaria por lo que ha sido declarada su jubilación por incapacidad permanente". Ahora acaba de publicar su primera novela, El hijo ausente (451 Editores), un libro que comenzó a escribir "por soledad y por insomnio" y que le ha supuesto tres años de trabajo, y muchas dudas y consultas a amigos como Julio Llamazares, Rafael Reig, Javier Krahe o al editor Xavi Azpeitia,"que creyó en el libro mucho antes de que fuese como es".

"Para los escritores que no son víctimas del terrorismo debe de ser difícil comprender los sentimientos, impulsos, autorrepresiones…, incluso el dolor…; los modos y maneras de llevar esa tragedia. Además de difícil, es bastante arriesgado", comenta al explicar por qué la narrativa española ha olvidado a las víctimas, aunque puntualiza que hay excepciones notables, y novelistas que han dado voz a los muertos y sus gentes "de forma insuperable (estoy pensando en Aramburu). Por otra parte, tampoco es frecuente que una víctima o un familiar de víctima sea escritor (también los hay, como Guerra Garrido). Y después estamos quienes empezamos a escribir con el cambio drástico que supone el atentado".

El hijo ausente es una novela desolada en la que un juez, viudo tras un atentado etarra, escribe una extensa carta a su hijo para que comprenda las razones que le llevan a huir del mundo. Quiere explicarse y explicarle cómo "la bomba [...] encendió una llamarada en mi garganta, una hoguera en la que morían todas las palabras, todas las razones y toda mi bondad". Con todo, los mayores problemas que le planteó la escritura del libro fueron "estructurales. Me costó, sobre todo, dar con la estructura equilibrada. Y algunos diálogos que temía que quedasen demasiado poco naturales… " Porque miedo nunca ha tenido, es más, se ofende con la simple mención: "Hasta ahí podríamos llegar: que el miedo no me permitiese recordar la muerte de mi padre… El recuerdo es constante. Yo creo que es mi esencia".

Por desgracia, Tomás-Valiente no cree que la narrativa pueda acabar con ese "mirar a otro lado" de tanto cómplice silencioso en el País Vasco, "porque el arte no hace que las sociedades cambien". Por eso asegura que "cuando un ciudadano adulto, sea maestro de escuela, obispo o dirigente de un partido político ha decidido 'mirar hacia otro lado', generalmente es porque le conviene, porque es capaz de tener la conciencia tranquila y la vida, mucho más tranquila".

Y recuerda cómo el protagonista de El hijo ausente tiene una escala de valores en la cual "el egoísmo social –un egoísmo comprensible, que, hasta cierto punto, es una especie de instinto de conservación– está por debajo de la justicia. Para él, si algo es injusto, aunque sea beneficioso, si es inadmisible; aunque sea conveniente, hay que rechazarlo". Por eso "cree que cuando se viola un derecho fundamental de una persona, cuando se comete una injusticia deliberada contra alguien porque le conviene al grupo social, todos los hombres somos la persona ultrajada. Al menos, deberíamos ser. Si todos fuéramos la persona sacrificada, el sacrificio no tendría sentido". Y concluye: "La paz es deseable, la justicia es imprescindible".

Raúl Guerra Garrido: "El País Vasco sigue traspasado por el miedo"
Si hay un escritor avezado en dar voz a las víctimas del terrorismo vasco, ése es Raúl Guerra Garrido (Madrid, 1935), uno de los fundadores del Foro de Ermua. Instalado en San Sebastián por motivos profesionales en los años 60, las farmacias de su familia sufrieron varios atentados y la de su mujer acabó incendiada tras cuatro ataques de la kale borroka. Desde entonces vive a caballo entre Madrid y la capital guipuzcoana, y recuerda cómo llovía dentro de su coche cuando mataron a Miguel Ángel Blanco. También sigue sobresaltándose cuando ve en la televisión a sus amigos y compañeros del Foro de Ermua, porque "cree que quizá esta vez los asesinos han podido salirse con la suya". Su novela Cacereño (1970) fue una de las primeras protagonizadas por una víctima, y en 1976 obtuvo el premio Nadal con Lectura insólita de El Capital, en la que un industrial secuestrado por Eta se refugiaba en la lectura del clásico marxista para combatir el miedo...

Después noveló en La carta (1990) la historia de un empresario que recibe una carta de extorsión etarra que destruye su vida. Verdadera "radiografía del miedo", circuló por muchas editoriales que se acababan echando para atrás porque "lo que yo contaba no tenía nada que ver con esa leyenda que disfrazaba a los etarras de heroicos luchadores por la libertad, casi una suerte de robinhoods". Por eso, recuerda ahora, "no pudimos presentarla en Bilbao o San Sebastián, ni siquiera en Madrid, porque los presentadores se ponían enfermos horas antes. El silencio cómplice fue espantoso, incluso fue vetada por el entonces consejero de Cultura, Joseba Arregi".

Nadie como él puede proclamar que "todos los que hemos dado la cara contra el terrorismo hemos sido castigados por el poder social, político y cultural. Del País Vasco siempre se ha escrito desde el punto de vista del que dispara, aunque el protagonista real siempre haya sido el miedo. Quien no entienda que el País Vasco lleva medio siglo traspasado por el miedo no entiende nada". Es una "dictadura del miedo" que sigue siendo poderosa sobre todo en "los pueblos pequeños, en los que el nacionalismo impone el miedo a la violencia física, social y moral a través de la violenciasalvaje. Y frente al nacionalismo, en muchos lugares no hay nada. A las manifestaciones sólo vamos los de los foros, y ya no podemos hacer más. Personal e intelectualmente he dado todo lo que tenía."

Aramburu: "La lectura me salvó de caer en la fascinación por la violencia"
Hace dos años, Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) asombró a crítica y público con Los peces de la amargura (Tusquets), diez relatos sobre los efectos devastadores del terrorismo en el País Vasco y la situación de desvalimiento y soledad que sus crímenes provocan en quienes sobreviven a las víctimas. También sobre el silencio cómplice de tanto indiferente que acaba siendo tan culpable como quien aprieta el gatillo. Aramburu, que vive desde 1985 en Alemania dando clases de español, explica que el mayor reto al que se enfrentó a la hora de escribir los relatos fue "hacer literatura a partir del sufrimiento padecido por otros". En realidad, "temía incurrir en una suplantación, temor del que me libré al constatar que el sufrimiento ajeno no me era indiferente, que a mí también me dolía aquel sufrimiento."

La distancia, el vivir en Alemania desde hace dos décadas no supuso para el autor de Fuegos con limón ningún problema. A fin de cuentas, reconoce ahora, "he tenido que aguantar toda mi vida la cercanía del crimen político y el repelente discurso de sus justificadores. Aparte de eso, claro, me informé: pregunté, leí, presté atención". Con una idea clara, la de evitar el maniqueísmo y la autocensura porque "mostrarse frívolo, trivial, pusilánime, simplón, precipitado, es perjudicial para la literatura. Por consiguiente, procuro evitar todo eso, aunque a veces, quizá muchas veces, falle".

Por otra parte, Aramburu niega la mayor, pues considera que la tardanza de nuestra narrativa a la hora de dar voz a las víctimas es "relativa", ya que los literatos "no tienen por qué escribir al dictado de la actualidad. Su tarea, que no es informativa, de poco vale sin la densidad de pensamiento y sin la madurez artística, virtudes que por regla general requieren tiempo. Por mí que tarden cuanto les plazca con tal de trabajar con palabras duraderas".
Otra cuestión es el cambio experimentado por la sociedad vasca, que ya no puede mirar hacia otro lado porque "el número de víctimas ha ido aumentando con los años, de manera que habría que ser ciego o muy cínico para no estar enterado de su existencia. Además han sabido organizarse, no han parado de denunciar públicamente la injusticia que se les infirió ni de reclamar la dignidad que les corresponde. Cada vez somos más los que hemos atendido a su llamada acudiendo a abrazarlas con afecto".

Y dice más. Dice, por ejemplo, que prefiere la policía a la literatura como "forma eficaz de resistencia al terror", aunque cree "en la repercusión positiva de la belleza en la conciencia y el gusto de la gente". Y confiesa que sí, que él también tuvo "dieciséis años y arrojé algunas piedras, pero el ejercicio de la lectura me salvó de caer en la fascinación juvenil por la violencia".

Ahora que Los peces de la amargura ha conquistado varios premios (como el Dulce Chacón 2007, o el de la Real Academia 2008), Aramburu reconoce que el libro gustó a algunos lectores vascos, "a otros no tanto, y la prensa nacionalista lo silenció. No me esperaba otra cosa". Por lo que a la crítica se refiere, el libro fue ampliamente comentado, "salvo en determinados periódicos locales en los que me lo podían haber tirado por tierra, pero ni eso. Y ha sido además objeto de estudio. En líneas generales nadie ha puesto en tela de juicio mi capacidad literaria. El resto es interpretación". Eso hace que sea probable que algún día, "ahora no", Aramburu aborde de nuevo el tema "a condición de tener algo mínimamente sustancial que decir."

¿Y el futuro? "Ya metidos a profetas, me atrevo a vaticinar que Eta acabará consigo misma como sólo sabe hacerlo: a tiros entre sus últimos miembros". Porque tampoco cree en una hipotética paz "indigna", pactada por gobierno y asesinos que "comportaría una salida ignominiosa, para las víctimas del terrorismo en primer lugar, y para la solidez del sistema democrático después".

Mikel Azurmendi: "La literatura sólo rellena huecos de dolor y crueldad"
De persecuciones y silencios sabe mucho el antropólogo Mikel Azurmendi (San Sebastián, 1942). Militante de la primera Eta de los años 60, abandonó la banda tras ser derrotada su alternativa de dejar la violencia y transformarse en un partido obrero; fue el primer portavoz del Foro de Ermua, fundador de ¡Basta Ya!, y tuvo que renunciar a su plaza de profesor de antropología en la Universidad del País Vasco tras dos intentos de atentado.

Hace casi cinco años decidió novelar el terror "desde el otro lado", sin que las editoriales que alababan sus novelas se atreviesen a publicarlas, malpiensa él que porque las conversaciones con Eta estaban en su mejor momento, hasta que en marzo de este año Ediciones del Cobre lanzó Tango de muerte. Él, sin embargo, considera que ya es demasiado tarde para que la novela dé protagonismo a los asesinados: "Las víctimas –protesta– ya quedaron sin voz y nadie podrá hablar por ellas. Ni en off. La literatura tan sólo puede ofrecer modos de significar lo que es la injusticia de que unos fascistas te arrebaten de tu familia y te saquen del mundo. La literatura rellena huecos de dolor y crueldad por si logra significar algo de lo que les sucede a las víctimas. Pero los editores no están por esa labor, y entre otros riesgos así evitan que ETA les ponga en la diana. Los editores se reclaman mucho de su misión cultural pero todavía no han sobrepasado el dintel del mero empresario. Hay empresarios secuestrados y perseguidos por Eta pero, que yo sepa, no existe editor alguno en esa lista. Sin editores no hay literatura y aún no se puede decir que exista en España novela sobre el terror de Eta".

En cuanto a Tango de muerte, asegura que en realidad "sólo pretende recordar a gente como Garzón que hay un deber de memoria histórica muy reciente, de anteayer. En 1973, tres muchachos gallegos, inmigrantes en Euskadi, van a Biarritz a ver la película Último tango en París

Autor de diversos ensayos sobre la violencia vasca, valora que la ficción tiene "ventajas de recepción exclusivamente. Yo y otros hemos escrito ensayos sesudos, hemos aportado mil argumentos y poderosas descripciones contra el terrorismo. Otros colegas persisten en ello. Pero por mi parte, he desistido. He cambiado de registro por la escasa incidencia de nuestros puntos de vista. Y ahora estoy tratando de rellenar de carne y hueso los argumentos, volver más sensoriales los análisis, convertir los sustantivos y pronombres en personajes, trocar el desarrollo conceptual por la trama. La literatura vigorosa es siempre difícil, sea ensayo o ficción. Pero la ficción puede llegar a más lectores, puede educar a más gente deleitando más". Por eso, sólo la novela pueda acabar con ese "mirar a otro lado" de tanto cómplice silencioso en el País Vasco, con ese "algo habrá hecho" la víctima.

"Sí –insiste–, sólo la narrativa puede hacerlo. Para que el ciudadano mirase a otra parte inhibiéndose de la cuestión del terror político se contó a sí mismo algún relato que le incentivase y justificase su inhibición. Son relatos miserables y falsos, claro. Y para que el ciudadano se sacuda de su sopor y defienda la ciudad política deberá contarse a sí mismo algo de signo contrario. Sólo los relatos dan sentido al mundo. Sólo los relatos vigorosos y verdaderos fabricarán ciudadanos con vigor."

Con dos novelas en espera de editor, Azurmendi tiene "muy pocas ganas de batallar como con ésta", pero está escribiendo otra. "Proseguiré mientras no me tiemble el pulso". Lo de menos es el silencio. Ya cambiarán. Ya están cambiando.
y no vuelven más. Eta los secuestra, tortura, asesina y hace desaparecer sus restos. La trama que monto es para hacer ver que, si todavía hoy no se han recuperado esos restos de los asesinados, se debe a que casi todos los etarras de ayer siguen apoyando a la Eta de hoy. Y no dicen dónde enterraron a los tres desdichados cadáveres. En mi novela un arrepentido señala dónde se halla la fosa. Y se desentierran los tres cuerpos. Y Eta asesina al arrepentido. O sea, la sociedad sigue en la inopia consintiendo a Eta. Esta novela presenta un relato donde no quepa decir que Eta asesinó a los tres muchachos por equivocación".

Nuria AZANCOT


Leer extracto de Los peces de la amargura, de Fernando Aramburu
Leer extracto de Tango de muerte, de Mikel Azurmendi
Leer extracto de El hijo ausente, de Miguel Tomás-Valiente




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