Cultura: Lo latinoamericano ya no es lo que era

EL STAND DE SICART, de Barcelona, dedicado íntegramente a la obra fotográfica de Nicola Costantino.
 

La tercera edición de Pinta, la feria de arte latinoamericano que se realizó en Nueva York, mostró, entre otras novedades, un creciente interés en el conceptualismo argentino.

Por: Ana María Battistozzi
 
 
 
Muchas cosas han cambiado en los últimos tiempos en la consideración del arte latinoamericano en los Estados Unidos y Europa. No hace tanto que esa designación imprecisa –hoy por muchos cuestionada– convocaba puntualmente en mayo y noviembre a un coleccionismo de elite, en su mayor parte procedente de México, Miami y Venezuela, alrededor de las subastas que desde principios de los 80 organizan Sotheby´s y Christie´s y sus programas de extensión social-cultural.

La oferta de primavera y otoño boreal, casi siempre incluía importantes piezas del trío Rivera, Orozco y Siqueiros; Tamayo; todo lo que se podía de Frida Kahlo, la estrella que iluminó el firmamento al promediar la década; también, de Botero y, cada tanto, piezas del cubano Wilfredo Lam, el chileno Roberto Matta y el venezolano Armando Reverón. Esa constelación expresaba como pocas lo "latinoamericano", según lo que había consagrado el MoMA, –cuya colección todos estos artistas integraban– y de algún modo respondía a los vínculos económicos, gustos y preferencias que había definido la familia Rockefeller en los años 40 y 50.

En este equipo, los argentinos eran jugadores de segunda línea. Berni y Pettoruti, contemporáneos de este grupo, nunca llegaron a tallar verdaderamente en la escena, a pesar de sus reiteradas apariciones en las tarimas de subasta y su propia integración a la colección de ese y otros museos de los Estados Unidos. En ese chorus line también estaba Xul Solar, que junto a Torres García, bastante más reconocido por su participación en las vanguardias europeas, ya empezaba a funcionar como pieza de otro rompecabezas.

Ese rompecabezas no era otro que el que empezó a armarse a principios de los años 90. Una nueva situación en las relaciones económicas Norte-Sur y la aparición de nuevos actores institucionales, como el Museo Blanton, de la Universidad de Austin, y el de Bellas Artes, de Houston, cambiaron el panorama. Los dos museos de Texas hicieron punta en la formación de colecciones de arte latinoamericano fundadas en la renovación de los estudios sobre el arte de la región. Al alumbrar nuevos relatos que daban cuenta de otros momentos de interés en la producción artística del continente, sus colecciones dieron mayor cabida al arte argentino, uruguayo, brasileño, venezolano y chileno e ingresaron, entre otras, las obras de Berni, De la Vega, Benedit, Noé, Liliana Porter, León Ferrari, Marta Minujin, César Paternosto, Juan Carlos Distéfano, Gyula Kosice, junto a Torres García, Julio Alpuy, José Gurvich y Gonzalo Fonseca, de Uruguay; Jesús Soto, Gego y Carlos Cruz Diez,de Venezuela; Helio Oiticica y Lygia Clark, de Brasil, y Eugenio Dittborn y Alfredo Jaar, de Chile.

Acaso también influidos por los precios de mercado y el hecho de que resultara cada vez más difícil conseguir buenas obras de los grandes maestros, detrás del Blanton y el MFAH de Houston hubo otros museos que se interesaron en configurar conjuntos de arte latinoamericano sobre similares bases y parecidos criterios.

Ocurrió tanto en los Estados Unidos como en Europa: aparecieron el Harvard Museum, el Museum of Fine Arts, de Boston, y la Tate Modern, de Londres, que el fin de semana pasado fueron invitados especiales de Pinta, la feria de arte latinoamericano que se realizó en Nueva York, y los hizo participar en el programa de adquisiciones que otorga fondos para estimular compras institucionales en la feria. Así, no es por mero azar que los nombres de los artistas arriba mencionados coincidieran en gran parte con los presentados por la mayoría de las galerías participantes de Pinta y los que en su mayoría han despertado la atención del coleccionismo institucional y privado.

La tercera edición, sin embargo, ya muestra una apertura hacia otros horizontes con novedades como el interés que ha despertado el conceptualismo latinoamericano. Muy bien representado en esta oportunidad por la galería Henrique Faría, de Nueva York, y Faría Fábregas, de Venezuela, que llevó obra histórica de Horacio Zabala, Margarita Paksa, Juan Carlos Romero, Leandro Katz, Eduardo Costa, David Lamela, Oscar Bony, mayoría argentina a la que sumó el chileno Juan Downey. Allí la Tate Modern de Londres adquirió "Las desformantes", un trabajo de Horacio Zabala de 1964 y el Museo Rufino Tamayo, "Even days, odd days", una obra de 1969 de David Lamelas, el artista al que este mismo museo le dedicó una importante exhibición en 2005. Por allí también pasó la obra de Liliana Porter, quien esta vez fue con Hostfeld, la galería de San Francisco que la representa en Nueva York. El Tamayo compró allí "The painter", una pequeña obra suya, y el Museo de Bellas Artes de Boston, una pieza de porte mayor –una pintura con pequeños objetos–, pero igualmente exquisita, que la artista realizó este mismo año y que llamó "Untitled with fallen chairs."

Si se tiene presente que el museo de Harvard también reservó una pieza histórica de Grippo, podría afirmarse sin exageración que las compras institucionales apuntaron en su mayor parte al conceptualismo argentino.

El mismo impulso afectó a la brasilera Nara Roesler, que también interesó al coleccionismo privado con mucha obra de Paulo Bruscky, el artista que en estos mismos momentos dialoga con el argentino Edgardo Vigo en la muestra El dibujo de las ideas, que Victoria Noorthoorn incluyó dentro de su curaduría de la Bienal del Mercosur.

Coincidencia o no, muchos de los artistas incluidos en esta muestra tuvieron lugar protagónico y aceptación en estos días en Nueva York. León Ferrari, entre ellos, el chileno Juan Downey y también Tomás Espina, que presentó Ignacio Liprandi en la feria.

Las bienales, como los museos son plataformas de visibilidad y legitimación de rápidos efectos en el mercado. Esto lo saben bien los organizadores de Pinta, que tuvieron como artista invitado de esta edición a Darío Escobar, representante de Guatemala en Venecia.

En el universo globalizado que nos toca, el trío organizador que integran Diego Costa Peuser, Mauro Herlitzka y Alejandro Zaia, se reparte tareas para consolidar el objetivo de "instalar el arte latinoamericano en las principales plazas del circuito internacional". Hacia él apunta el sistema de relaciones que están construyendo y del que participan no sólo los principales referentes de las instituciones y el coleccionismo de arte latinoamericano, sino también las galerías que lo trabajan en los Estados Unidos. La relación precio-calidad de lo que ofrecen por ahora los ayuda. De allí que, tras el cierre de esta edición la próxima escala que se planteen sea Londres. Allí estarán en junio de 2010.
 
 
 
 
 
 
 
 

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