Música: A Pamplona hemos de oir


NAJWA URRUTIKOETXEA SACA SU PRIMER DISCO EN CASTELLANO




Por Mariano del Mazo



El viento pasa, enreda mis entrañas/ Tengo marfil por costillas y en la garganta arañas./ La voz será de otro, me tiene que doler,/ y entre tanto una nota me salvará otra vez. ‘Me tiene que doler’ es el cuarto track de El último primate, y quizá la canción culpable de que la semana pasada esta mujer de corazón de acero haya estado entre nosotros, en Buenos Aires, como a ella le gusta: casi invisible.
Najwa Urrutikoetxea es extraña como su nombre y apellido, extraña como su carrera, extraña como sus conceptos. El combo resulta original, sugerente: se trata, finalmente, de una muñeca brava que se debate entre la fobia y la posibilidad de un desarrollo artístico intercontinental. De padre jordano y madre vasca, nació en Pamplona en 1972 y creció con el run run alrededor de las dos causas políticas que a pesar de ella transitan por su sangre: la causa árabe y la causa vasca. No lo toma como un mandato, todo lo contrario. “No me interesa ninguna de las dos, no me interesa ninguna causa excepto la mía. Mis padres son médicos farmacéuticos y en casa no se hablaba de política, ni de música, ni de nada: sólo de medicina.”
A los 19 se fue de esa casa y se radicó en Madrid. Estudió actuación, trabajó en una pizzería, se metió en la música. Debutó en cine con Salto al vacío y casi en simultáneo en la música con No blood en parcería con el electrónico Carlos Jean. Con el director de Salto al vacío, Daniel Calparsoro, convivió diez años; con Carlos Jean formó el grupo NajwaJean y sacó cuatro discos. “No era conocida como actriz. Salto fue una película muy under. Respecto de la música, yo andaba imitando a Aretha Franklin en una banda de soul, y no era feliz.
Buscaba mi timbre, quería algo chiquito, algo que no hubiera que mostrar, algo íntimo. Y la electrónica de Carlos Jean me dio eso que buscaba. No blood fue uno de los primeros álbumes que salió en España de electrónica cantado en inglés. La peli sumada al disco provocaron algo, se empezó a hablar un poco de mí. Pero yo no quería salir a cantar. Me gustaba el estudio y la sala de ensayo, experimentar con los sonidos, con la voz. Yo venía con la psicodelia de los ‘60 y ‘70, The Doors, Pink Floyd, esas cosas... y ahora estaba enloquecida con Portishead”, cuenta, una tarde de calor en Puerto Madero, en el pago de Alan Faena, mientras muere por pitar un cigarrito.
¿Cómo es que no querías salir a cantar?
–Me negaba. Recién unos cinco años después me animé al escenario.
Fóbica...
–Sí, no sé. Esa cuestión de no ser localizable, de ser un blanco móvil. Mira: cuando fue el 11 M en Madrid me llamaron muchos periodistas para ver de qué lado estaba, cómo la estaba viviendo. Al principio no se sabía si habían sido de la ETA o los árabes... Te imaginas yo cómo era tomada, con mi nombre y mi apellido. Era el blanco perfecto. Me sentí pésimo. Vi cómo la gente se tensionaba cuando hablaba conmigo, sentí su miedo. Lo recuerdo con verdadera repulsión. Te proyectan ese miedo. Sentí mucha agresión. No quería salir en ninguna foto, no quería opinar. No me gustaba estar localizable. Ahora por suerte puedo cantar en vivo. Pero al principio subía y la pasaba mal: tenía el sudor frío, pedía que apagaran las luces...
¿No te servía tu condición de actriz para superar la situación?
–Qué va. Lo único que me servía era el valium.
Ahora son las once de la noche, y está en el lobby del Hotel Faena. Por ahí anda el vaquero de punta en blanco, Alan, a pura charla con Nicolás Repetto. El resto son invitados especiales, periodistas, variopintos adoradores del canapé. Corre el champagne y todo el paisaje parece una burbuja menemista que la música electrónica termina de redondear. Najwa se contonea en el micrófono; un chico maniobra la computadora y otro toca el charango o la guitarra eléctrica. Lo que se escucha es opresivo, climático, susurrante, sombrío. Najwa canta muy segura de sí misma, como una Juana Molina de Pamplona: intransigente, personal, cero concesiva.
Flashback. La tarde quiere refrescar. Ahora todo transcurre dentro de la exclusiva calma de Puerto Madero en la que Najwa sorbe té de tilo y habla de América latina. “Me interesa esta parte del mundo. Siento cercanía con México, Argentina y Brasil. Noto a la gente más perceptiva.” De la Argentina dice que le gustan los temas de Gustavo Cerati, la película El aura, “y uno que canta y nunca oíste la hojarasca crepitar... ¡Spinetta! Cómo me gusta ese tío, qué bella canción, qué bien que utiliza la lengua castellana...” La lengua castellana. Después de su trabajo con Carlos Jean, Najwa sacó tres discos solistas: Carefully, Mayday y Walkabout. Todos en inglés. Paralelamente intensificó su trabajo en cine. Había actuado en Abre los ojos de Alejandro Amenábar, y protagonizado Los amantes del círculo polar de Julio Medem (“cómo impactó ese filme en la gente... es mágico”). Requerida cada vez más por diferentes directores, llegó a filmar con Marcelo Piñeyro en El método. Hasta que llegó su cuarto disco solista, la excusa por la que Warner la varea por Buenos Aires. Estamos hablando de El último primate, que tiene una singularidad que no debería ser tal: es su primer disco en castellano.
“El motivo es que me quedé muda. Me hicieron una operación en la garganta por un bulto muy grande, algo tiroideal, y me quedé muda. Fue hace dos años. Había una mínima posibilidad de que se paralizaran las cuerdas vocales, y ocurrió. Cinco meses sin hablar. Empecé a cantar en castellano como si vomitara. Escribí una canción llamada ‘Me tiene que doler’ que habla de mi mudez: La voz será de otro, me tiene que doler, / y entre tanto una nota me salvará otra vez. Se la pasé a Bebe, Bebe la grabó pero la dejó fuera de su álbum. La grabé yo.”
¿Y entonces?
–Me salió una interpretación oscura, pero sincera. Es la primera canción que me creí en serio, que me salió del corazón. Yo ya tenía otras compuestas para este álbum, pero en inglés. Bien: las traduje.
Todo el disco es oscuro.
–Sí, no estaba en un buen momento.
¿Cómo llegaste al sonido del álbum?
–Tiene que ver con lo que soy, con lo que quiero proyectar. Yo me veo como una heroína en la niebla, en una película de ciencia ficción donde la gente puede volar, donde hay galaxias.
¿Eso querés proyectar?
–Sí, con la música sí. Me interesa la hipnosis y la patada: hipnotizar al público para después despertarlo de una patada. Cuando me junté con el pianista Alfonso Pérez le dije: para este disco quiero una liturgia. Yo partí de algo que era como una opereta del terror; después pasé por un rock más sinfónico y al final encontré el sonido exacto. Yo creo que lo mío finalmente es pop. Pero sin estribillo. Detesto el estribillo. El estribillo es la condena del pop.








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