Música: Un culto pagano llamado St. Vincent
Annie Clark se afianza como una de las voces más particulares del pop actual
IKER SEISDEDOS - Madrid - 28/12/2011
Era un sábado prenavideño en el improvisado camerino de un pabellón multiusos de Carabanchel y la chica tan solo deseaba estar en cualquier otra parte. La aparentemente frágil Annie Clark (no confundir con la actriz de la teleserie Degrassi) actuaba esa noche al frente de su proyecto musical St. Vincent (no tomar por la isla del archipiélago de las Granadinas). Compositora, vocalista, asombrosa guitarrista y una de las voces más originales del rock contemporáneo, había viajado ocho horas desde Barcelona en una furgoneta de gira escuchando en sus cascos Madame Bovary, en uno de esos audiolibros para lectores perezosos. Encontró un hueco entre la prueba de sonido y la sesión de yoga, se ovilló en un sofá de piso de estudiantes y advirtió sin mediar palabra: "No, este no es un buen día para responder a la pregunta de si me gusta la vida en carretera".
St. Vincent atraviesa ese momento en la carrera de un artista en que es lo suficientemente famoso para actuar en los programas nocturnos de máxima audiencia de Estados Unidos, pero no tanto como para evitarse el engorroso sistema de transporte terrestre. "Con cada nuevo disco aumentan mis ventas", reconoce, "pero si existe una clase media del rock, ahí es donde podéis encontarme". Nacida en Dallas en 1982, tal estatus lo ha alcanzado gracias a una propuesta que los críticos adoran comparar un tanto forzadamente con la de la cantautora sideral Kate Bush. Su sonido aúna intrincadas composiciones de pop experimental que, nadie sabe cómo, resultan pegadizas, vagos ecos de producciones de los ochenta y un particular virtuosismo a la guitarra para indies que se enorgullecen de no distinguir un punteo de un arpegio. "Me interesan las canciones resultonas. No baratas, sino memorables. Quiero hacer música accesible", explica. "Aunque incorpore ingredientes de extrañeza".
Si le diesen un céntimo por cada vez que alguien subestimó sus habilidades de instrumentista basándose en su aspecto, sería, además de una extraordinaria guitarrista, millonaria. Cuando la cosa, al parecer, es genética: Clark es sobrina del virtuoso Tuck Andress, mitad del dúo de jazz inocuo Tuck and Patti. "Cuando era una adolescente incluso trabajé en una gira con ellos", recuerda. "Aunque yo era más de Neil Young:Rockin' in a free world me cambió la vida a los 12 años".
Aquella espita abierta por Young a punto estuvo de cerrarla la educación musical y el ambiente, "lleno de émulos de Wynton Marsalis", de la Escuela de Berklee, que abandonó pronto. "No tengo mucha paciencia con el aprendizaje", se excusa. "Adoro el jazz, pero la idea de acudir a una escuela a aprenderlo me resulta anticuada. Se supone que esos chicos vienen de todas partes del mundo porque les une el amor por el jazz, y lo único que comparten es que sus familias poseen el dinero para la matrícula. No sé qué opinaría Miles Davis".
Lejos de las aulas, y elegido el seudónimo (por una canción de Nick Cave que reza "Dylan Thomas / murió borracho / en el hospital de St. Vincent"), el porvenir aguardaba en Brooklyn, más o menos cuando el barrio se convirtió en el epicentro de todas las cosas jóvenes, bohemias, agradables e intelectuales sin estrés. Allí frecuentó a músicos como Sufjan Stevens o The Dirty Projectors. Y a esa escena se siente aún adscrita aunque se haya mudado a Manhattan.
Con el primer disco, Marry me (2007), las revistas descubrieron a la chica de portada que además firmaba el álbum del mes. Y Strange Mercy, el tercero, ha acabado este año aupado a las listas de lo mejor de 2011. Todos parecen amar a Annie, desde el Metropolitan de Nueva York, que la contrató para actuar ante el Templo de Dendur; hasta el portal de mensajería instantánea Twitter; la escogió como una de las personas a las que conviene no perder de vista. "Así es como pasé de 20 followers a 400.000", recuerda.
Curiosamente, el objeto de tanto culto pagano esgrimirá una medalla religiosa de san Cristóbal, "patrón de los viajeros", cuando en la despedida recuerde que la vida (y la gira) continúa y que al día siguiente toca dormir en Zürich.
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