Arte: Incendiaria Bienal de Berlín



Semillas de árboles procedentes de Auschwitz que serán plantados en diferentes lugares de Berlín



Inaugura la séptima Bienal de Berlín, un proyecto de marcado acento político que plantea preguntas sobre la relación entre el arte y el activismo"

Javier HONTORIA



El polaco Artur Zmijewski es un artista estupendo. Hemos visto su trabajo en todas las grandes citas internacionales. Su lenguaje, sí, es político. Es incisivo con los asuntos que enturbian el paisaje social y presta especial atención a la memoria, su principal herramienta de trabajo y uno de los temas candentes del vocabulario artístico utilizado en Europa del Este. Cuando se hizo público en 2010 que sería el comisario de la séptima Bienal de Berlín, todos nos imaginamos una exposición dura. Es el sesgo que ha ido tomando esta cita alemana, que parece querer consolidar una posición ética desterrando toda opción estética. Bienales ideológicamente neutras como las organizadas en 2006 por Maurizio Cattelan, Ali Subotnik y Massimilano Gionni, o en 2008 por Adam Szymczyc y Elena Filipovic, quedan ya lejanas, eclipsadas por las tentativas políticas escoradas a la izquierda de Katrin Rohmberg en 2010 y la que hoy se inaugura de la mano de Zmijewski con la ayuda de Joanna Warsza, bajo el revelador título Forget fear.

Pero fue a finales del año pasado, cuando Zmijewski nombró al grupo activista ruso Voina, co-comisarios de la bienal, cuando comprendimos que no sólo iba a ser una bienal política. Nadie conocía a Voina. No son comisarios y tienen en muy baja estima a los artistas pues, como dicen, éstos sólo piensan en exponer aquí y allá y en hacerse ricos. Entre lo más moderado que les he leído decir sobre el arte de hoy podríamos escoger esta sentencia:“todo artista que no cultive una posición política es tan sólo un decorador”. 

En su statement para esta bienal (ellos no han estado presentes) dicen que Zmijewski les pidió su ayuda para transformar el arte en política. Ellos le trasladaron su postura y a éste le gustó. Por entonces uno de sus miembros era arrestado por la policía rusa en el transcurso de una de las acciones que el grupo ha venido realizando en el marco de su lucha por desvelar la corrupción del gobierno de su país. Esa es su verdadera lucha. En una de sus escasísimas alusiones al arte citan a Malevich, quien tras la revolución de Petrogrado se paseaba por los estudios de los artistas pistola en mano preguntando quien se dedicaba todavía a pintar y exigiendo de una vez por todas un arte real. “Pistola en mano”, insiste Voina. “Eso es arte real”.

Bajo estas premisas, no es de extrañar que en el trabajo previo a esta exposición no se hayan seguido los cauces normativos. En la rueda de prensa, Joanna Warsza se jactaba de que ellos no habían visitado 800 estudios, como había hecho Cattelan para su bienal de 2006, sino que se habían limitado a ver las noticias. Para ellos el artista no es alguien que produce objetos sino alguien que nos presenta la realidad, como si fuera un periodista. Hasta ahí bien. Se podría alegar que se juega con un concepto próximo al del ready-made,esto es, la descontextualización de asuntos pertenecientes al acervo de lo real que son insertados en el ámbito del arte. Pero cuando se apela a la desobediencia civil en aras de la responsabilidad civil entramos en un terreno algo más complejo.

Tras la rueda de prensa me dirijo a Kunst-Werke, la que suele ser sede principal de la Bienal, en cuya sala central se ha reproducido una acampada que quiere emular las que se instalaron hace casi un año en muchas plazas españolas. Muchas de las proclamas que ahí vimos (“Si no nos dejáis soñar no os dejaremos dormir” o “No somos antisistema, el sistema es antinosotros”,), se despliegan en los muros. Hay tiendas de campaña, espacios para reunirse, panfletos de todo tipo, calendarios de actividades… 

¿Cómo no haberlo imaginado después de escuchar la rueda de prensa? Y, ¿cómo no haberlo previsto después de ver aquí el año pasado el extraordinario proyecto de Cyprian Gaillard, que convertía el espacio en una plaza pública llena de la cerveza turca Efes (Éfeso, la ciudad de la Gracia clásica, en turco), con todas las implicaciones históricas y políticas que de la relación entre Alemania, Grecia y Turquía se desprendían? Aparte de la Primavera Árabe y de los movimientos ciudadanos en España y Nueva York los comisarios no podrán negar haber hallado inspiración en aquel proyecto.

Pero esta “acampada” en Kunst-Werke, denominada Occupy Biennale, y que, lógicamente, no representa el trabajo de ningún artista concreto, resulta difícil de asimilar en el ámbito del arte. Era posible, y funcionaba extraordinariamente, en la situación real en que se dio inicialmente, las calles y las plazas de las ciudades, donde resonaba con fuerza el eco de episodios artísticos como la estética relacional y, sobre todo, el conceptual latinoamericano de los setenta.Pero me cuesta verlo aquí, en el contexto real del arte, auspiciado por el dinero institucional alemán. Resulta inusitadamente ingenuo, incapaz de emular cuanto de real tuvieron los gestos y las imágenes que tan orgullosamente compartimos hace meses. Y está aún por ver cómo responde esta recreación a las inmensas contradicciones a las que está expuesta. 

Se asciende a los pisos superiores con la esperanza de hallar una metáfora, una posición simbólica, pero por las escaleras vemos leyendas y dibujos que, en la mayoría de los casos, sólo delatan que sus responsables tienen firmes convicciones políticas. Aflora por todas partes la máxima de que no existe una frontera que separe el arte de la política y de la vida. Todo está unido, nos dicen. Sí es interesante la propuesta de Antanas Mockus, un artista que fue alcalde de Bogotá en los noventa y que introdujo el arte en su forma de hacer política mediante un sistema de intervenciones y de performancessimbólicas de carácter pedagógico, con el que se logró reducir el número de muertes causado por las drogas en el momento más duro de conflicto en su país. Mockus se acoge aquí al trabajo de Teresa Margolles, muy consciente, como sabemos, del problema similar que hoy sufre su país, México, y, mediante la opción de que realicemos el gesto simbólico de donar una gota de sangre, sugiere a los consumidores de droga europeos que reduzcan su consumo para evitar la circulación de la droga y las horrendas cifras de muertes que de ella se derivan. 

El proyecto de Mockus es de lo más convincente que se puede ver en Kunst-Werke, junto al trabajo audiovisual de Yael Bartana en su afán por hacer posible el regreso de los judíos a Polonia o la propuesta de plantación de árboles de Auschwitz en diferentes lugares de Berlín para mantener viva la memoria de la infamia. En otra de las sedes de la bienal, la iglesia de St. Elizabeth, el también polaco Pavel Althamer, un artista de larga trayectoria, propone que realicemos dibujos y pintadas en los muros que conforman el perímetro de la iglesia. La premisa es clara. Se puede escribir lo que a uno le venga en gana, tachando y borrando cosas anteriores, insultando si se quiere. Es como una llamada a la anarquía.

En la Deutschlandhaus, los comisarios han desempolvado dos obras de la primera mitad del siglo pasado, unas vidrieras de Ludwig Peter Kowalski y una escultura de Hermann Joachim Pagels. Las dos, con un estilo costumbrista, tienen una iconografía política que bien podría funcionar en nuestros días, pues nos hablan, de un lado, de la represión y, de otro, del desplazamiento. Son trabajos que ya existen y que, sencillamente, vuelven a ponerse bajo los focos, medio siglo después. Y ante ellos nos sentimos algo más cómodos, tal vez porque el ejercicio que nos exigen, la recontextualización, es algo a lo que estamos hoy acostumbrados cuando nos enfrentamos al arte. 

Uno de los trabajos importantes de la Bienal es la película de la artista polacaJoanna Rajkowska, en la Akademie der Kunste de la Puerta de Brandenbrugo. En ella se analiza la historia reciente de Berlín en paralelo a la gestación y nacimiento de la hija de la artista. Es estremecedor. Las vidas de una y otra parecen seguir un registro muy próximo, a la luz de la historia de la ciudad. No es muy largo, apenas un cuarto de hora, y conviene verlo en su totalidad.

Como sabemos, el buen arte no es el que aporta respuestas sino el que plantea preguntas. A través del arte, supongo, queremos cuestionarnos nuestro lugar en el mundo y ser conscientes de nuestras fallas, de nuestras lagunas, de nuestra incomprensión. En la rueda de prensa y en los textos que acompañan a la exposición llamaba la atención cómo, sin haber sido inaugurada, la Bienal ya era todo un éxito. Es cierto que los comisarios han tenido el mérito de haber sabido embaucar a la autoridad, que ha cedido un presupuesto importante para la producción de un proyecto. La que plantean Zmijewski y compañía es una práctica absolutamente necesaria pero intuyo que no les será fácil convencer a la enorme audiencia potencial de esta bienal de que el arte y la política hablan siempre el mismo lenguaje. 










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