Cultura: Conversaciones con Parra


El próximo lunes, Nicanor Parra (1914) recibe el premio Cervantes. Ignacio Echevarría, amigo, cómplice y editor de sus Obras Completas, da cuenta en estas páginas de sus últimas conversaciones con el poeta “de memoria oceánica”, y nos descubre además poemas olvidados.



por Ignacio Echevarría







A quienes han tenido la fortuna de tratar a Nicanor Parra les consta que es un excelente conversador. Hombre inteligente y sabio, es además extraordinariamente curioso. Se mantiene atento a la actualidad tanto política como cultural de dentro y fuera de Chile, y tiene una opinión formada sobre casi todo. Posee, además, un gran sentido del humor; puede ser, cuando quiere, malicioso, y sabe explotar sus grandes dotes para el histrionismo. Encima le atrae irresistiblemente el mundo de “la farándula”, como él llama a cuanto suele ser materia de la prensa rosa y amarilla, dos subgéneros con fuerte arraigo en su país. Por si fuera poco, conserva, a sus 97 años de edad, una memoria verdaderamente prodigiosa. Durante la conversación es capaz de citar literalmente poemas propios y ajenos, pasajes enteros de Shakespeare en inglés o, con todas sus letras, laPropuesta de Daimiel, el manifiesto ecologista redactado por el español Josep Vicent Marqués en 1978; es capaz también de reproducir con viveza diálogos remotos, amén de puntualizar anécdotas y recuerdos con nombres y fechas precisas. 

Constituye todo un espectáculo, mientras se conversa con Parra, sentir cómo navega por su memoria oceánica. Ésa es la impresión que da cuando, a la busca de un dato que se le escabulle, de un verso que se le resiste, permanece callado un buen rato, la mirada absorta, la mano mesando las mejillas o la melena revuelta: la impresión de un navegante experto, que se deja llevar por vientos y corrientes, pero que nunca pierde el rumbo. Mientras otea en el horizonte inabarcable de su memoria, Parra puede desviarse con la evocación de un recuerdo que se le presenta de súbito, de una asociación inesperada. Pero siempre regresa al asunto pasajeramente abandonado, jamás lo pierde de vista. Por otro lado, la memoria de Parra está lejos de haber quedado encorsetada en un relato ya manoseado, por mucho que, a solicitud de los oyentes, algunas anécdotas célebres se repitan a menudo. Es la suya una memoria atrozmente viva, vigente. 

Con frecuencia, mientras evoca un episodio de su pasado o recita un determinado poema, los ojos de Parra se humedecen, su voz ligeramente rota o interrumpida. Las emociones permanecen intactas, lo siguen acosando con toda su dulzura o su fiereza. Tengo muy presente la ocasión en la que, discurriendo sobre un episodio ya muy lejano de su primera juventud, la voz de Parra se quebró en uno de esos silencios suyos que delatan un sentimiento agudísimo. Recuerdo que me impresionó enormemente que aquel episodio tan remoto, tan aparentemente nimio e irrelevante -se trataba de uno de esos gestos de ingratitud a que suele dar lugar la arrogancia o la rígida integridad de los años juveniles-, pudiera seguir segregando, setenta años después, un dolor tan vivo. Recuerdo que, asombrado, llegué a preguntarle cómo era posible que el muchísimo tiempo transcurrido no hubiera limado las aristas de un guijarro tan pequeño, tan insignificante en apariencia. Recuerdo que no me contestó. Por lo demás, la respuesta se halla genialmente sugerida desde hace mucho en uno de los más célebres y conmovedores poemas de Parra, “El hombre imaginario”. 

El arte de Parra como conversador se beneficia de su larga experiencia como profesor. Lo fue durante más de cincuenta años en la Universidad de Chile. Varias promociones de estudiantes asistieron a sus clases legendarias, en las que Parra llenaba la pizarra con abigarrados apuntes donde se mezclaban fórmulas científicas y artefactos verbales. En los próximos días, en la muestra sobre Parra que se realiza en la Universidad de Alcalá de Henares, se expone una selección del extenso registro fotográfico que el cineasta y artista visual chileno Marcelo Porta realizó de las clases de Parra durante todo un semestre, del año 1993. 

El arte de conversar de Parra se beneficia, según iba diciendo, de su bien acreditada condición de maestro socrático, dotado de fuerte carisma, muy versado a la hora de explicarse, de seducir a su interlocutor, de cautivarlo, de sorprenderlo, de contrariarlo, de ensayar con él hipótesis e ideas, a veces corrigiéndolas sobre la marcha, en atención a sus reacciones. 

Hace ya tiempo que Parra no da entrevistas, sin embargo. En uno de sus “artefactos” se lee: “No + entrevistas / Me distorsionan todo lo que digo”. Y es cierto que, llegado cierto momento, Parra se plantó, harto de las tergiversaciones de que era víctima, y sólo muy excepcionalmente permite en la actualidad que le tomen declaraciones. Pero se cuentan por decenas las entrevistas y conversaciones con Parra realizadas a lo largo de más de medio siglo, algunas de ellas recogidas en libros que entretanto se han convertido en fuente de consulta imprescindible para conocer y comprender las claves de la antipoesía. 

Justamente estos días aparece en Chile Así habló Parra, un volumen en el que María Teresa Cárdenas selecciona con buen criterio más de una docena de entrevistas a Nicanor Parra publicadas en el diario El Mercurio, de Santiago de Chile, en el transcurso de cuarenta años. El volumen se complementa con un puñado de poemas, artefactos, cartas abiertas y otros textos de Parra aparecidos en el mismo diario, algunos de los cuales quedaron fuera de sus Obras completas. Entre ellos la serie “El Averiguador Particular”, de la que aquí se ofrece una muestra. 

Así habló Parra permite encontrarse, una vez más, con la voz inconfundible del antipoeta. Puede que éste se cuente entre los escritores hispanoamericanos que más hábilmente han acertado a subvertir el género contemporáneo de la entrevista hasta convertirlo en una especie de subgénero propio, personalísimo, destinado a fomentar su propio mito. En este sentido, sólo Borges superaría -si bien mediante un estilo por completo distinto- a Parra, a quien, a su vez, habría seguido de cerca Roberto Bolaño, que en sus últimos años se inspiró por igual en estos dos autores a la hora de construir su voz pública. 

La más reciente de las entrevistas recogidas por María Teresa Cárdenas es del año 2007, y fue realizada por Carlos Peña, rector de la Universidad Diego Portales, de la que Parra es profesor honorario. Con motivo de la concesión al antipoeta del Premio Cervantes, Peña aseveró, contundente: “Nicanor Parra, sin ninguna exageración, es nuestro Heidegger o nuestro Wittgenstein”. No le faltaba razón; pero en la entrevista que le hizo a Parra, éste, siempre zafándose por adelantado de todo elogio comprometedor, se sirve de las palabras de uno de sus propios hijos -el Chamaco- para declarar, concluyente: “Quizá sea él quien, con toda razón, ha formulado la última filosofía posible: que zapateen otros, yo no zapateo”. 







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