Cultura: Ultraísmo: agitando la coctelera de la vanguardia
Se publica «Las cosas se han roto», una exhaustiva antología del movimiento en España, en edición de Juan Manuel Bonet
MANUEL DE LA FUENTE
El Ultraísmo fue una de las más amenas filigranas de la poesía española de los felices y disparatados años 20. En aquella Europa que salía con esperanzas renovadas del cataclismo de la 1ª Guerra Mundial, los ismos y las vanguardias barrían el Viejo Continente como vientos renovadores y rompedores del arte establecido.
El ultraísmo español fue un cóctel cuyos ingredientes eran muy variados. La receta la trajo el chileno Vicente Huidobro tras su paso por París, y entre nosotros fueron sus mentores principales Guillermo Cansinos Assens (probablemente el inventor del nombre) y Guillermo de Torre (el auténtico líder, el que tenía la agenda con los teléfonos de Picabia, de Tzara, los número 1 del mundo vanguardista), sin olvidar el magisterio de un poeta en prosa: Ramón Gómez de la Serna.
Sí, el ultraísmo fue un cóctel, como lo define Juan Manuel Bonet, autor de esta exhaustiva y fantástica antología (editada por la Fundación José Manuel Lara) «Las cosas se han roto. Antología de la poesía ultraísta». «En una coctelera introdujeron cubismo literario (Apollinaire, Reverdy), el creacionismo de Huidobro, futurismo (la máquina, la velocidad), expresionismo de la vida en la ciudad (sobre todo a través de Borges), el dadaísmo, lo más radical de la época, y el ramonismo de Gómez de la Serna, incuso Walt Whitman...de todo eso hay en la coctelera».
Evidentemente, no era poesía social pero los versos del ultraísmo estuvieron pegados como pocos a la sociedad cambiante de aquellos días. Los ultraístas (tipos en general con unas biografías de película) incorporaron el mundo urbano a la lírica.
Poetas en el Viaducto
Ellos veían poesía donde hasta entonces nadie la había visto: hélices, rascacielos, turbinas, cinematógrafos, anuncios luminosos (los de la Puerta del Sol, por ejemplo), torretas telefónicas, los tranvías, los aeroplanos, el Viaducto antiguo (Cansinos vivía debajo, en la calle de la Morería), los aeródromos (el de Cuatro Vientos también fue objeto de un poema), y el Metro madrileño, también glosado... Se trataba de buscar (y encontrar) palabras nuevas para emociones nuevas.
Los poetas del 27 (aunque Juan Larrea y Gerardo Diego fueron ultraístas) no tuvieron especial aprecio por este ismo (aunque el ultraísmo caló en toda la poesía de la época) como, por ejemplo tuvieron por el surrealismo.
Ultraísmo y tango, feliz pareja
A priori, podría parecer que vanguardia y gongorismo no cuadraban, pero en muchos de los juegos líricos de Lorca (¡ay, ese polisón de nardos que huele a ultraísmo por los cuatro costados!) y, sobre todo, Alberti (más aún en su pintura) el sabor a ultraísmo no es desdeñable. No se olviden estos versos del gaditano: «He nacido, perdonadme, con el cine». Y el cine era otra de las grandes pasiones ultraístas. Como también lo fue el mundo suburbial y de arrabal, como ese primer libro de Borges, «Fervor de Buenos Aires», donde ultraísmo y tango se convierten en feliz pareja.
El tiempo y, evidentemente, la Guerra Civil dieron al traste con esta pléyade de poetas. En sí mismo, el ultraísmo era un movimiento estético sin ideología, pero sus miembros con el tiempo fueron tomando partido. Bien por la Falange, como Eugenio Montes, bien por el comunismo, como Pedro Garfias, o por el sindicalismo revolucionario anarquista como Lucía Sánchez Saornil, militante de la CNT y una de las fundadoras de Mujeres Libres.
Pero lo que nos importa es que el ultraísmo español estampó su rúbrica en una buena cantidad de fantásticos poemas que esta gran antología afortunadamente recupera. Y nos sumerge en un universo, el ultraísta, en el que la poesía fue más allá que nunca hasta entonces.
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